Ante la batalla cívica del pueblo venezolano que después de 25 años de dictadura lucha con la vida por la libertad, avergüenza el desánimo de la oposición en México. La hazaña que encabeza María Corina Machado debería bastar para sacar a la «Marea rosa» a las calles en defensa de las instituciones de la república que en estos días se nos van de las manos y que costará una generación recobrar.

Pero, aun si ese ejemplo evidente y ese inminente peligro no mueven a los opositores desencantados, una sola cifra debería bastar para animarlos, no a la «brega de eternidades» que predicaba Manuel Gómez Morin, sino a la brega de hoy y de mañana: el 40% de los ciudadanos mexicanos que votaron lo hicieron por la oposición.

La ciudadanía, cuyo voto se dispersó en la oposición pero creyó en el liderazgo (ganado a pulso) de Xóchitl Gálvez, es la primera que debe despertar del letargo. Necesita estructurarse, definir su misión y estrategia, formular su oferta integral para el siglo XXI. Recorriendo los caminos del país, Xóchitl deberá inspirar, convocar y descubrir nuevos liderazgos. Logró convocar la esperanza frente a una alevosa elección de Estado y sin el apoyo de los mezquinos partidos. Ahora debe fundar uno nuevo.

Si Gómez Morin atestiguara hoy los números del PAN, el desánimo le parecería lamentable. Tardó doce años en fundar el PAN. A partir de 1939, su partido contendió logrando un éxito mínimo. No se desanimó. A su muerte, en 1972, el PAN atravesaba una crisis tan profunda que en 1976 no presentó candidato a la presidencia. ¿Cuánto tiempo duró hasta que se le reconociera la primera gubernatura? ¡Cincuenta años! Esas sí eran «bregas de eternidades».

Esta no es la situación actual del PAN. Obtuvo 9,644,918 votos, mantiene una marca legítima a la que han dañado, sin duda, los errores diversos de sus dos administraciones de 2000 a 2012 y los de su dirigencia. Su pecado mayor: voltear la espalda a su propio origen que buscaba ante todo formar ciudadanía. Pero los votos potenciales están ahí, en espera de un liderazgo renovado y joven, una propuesta que combine ideas nuevas con principios antiguos y, sobre todo, una apertura sustancial y creíble a la ciudadanía.

Las perspectivas del PRI son distintas, no solo por los escándalos que han envuelto a su dirigente sino por los saldos negativos (ya irreversibles) que ha dejado en la conciencia pública su pasado desde el 68. Había mucho que reivindicar del legado del PRI. Después de todo, era el partido de Calles y Cárdenas; el partido que dio estabilidad, paz y desarrollo al país por largas décadas. En los ochenta, era el partido de Reyes Heroles, Cuauhtémoc Cárdenas y Muñoz Ledo. ¿Qué necesitaba Peña Nieto para reivindicar a su partido? En esencia: sensibilidad popular y rectitud de gestión. Careció de ambas.

¿Hay salida para el PRI? Obtuvo 5,736,759 votos, que son poquísimos, pero algo son. Cuenta con miembros valiosos y experimentados pero han sido absurdamente marginados. Conserva algunos bastiones geográficos. Pero es tarde para refundarse, para cambiar de siglas, idear programas, renovar cuadros. Así se pagan los errores históricos.

Movimiento Ciudadano obtuvo 6,204,710 votos, resultado nada despreciable para un partido relativamente nuevo. Habría conseguido más de no ser por las pifias de algunos políticos jóvenes que confundieron la popularidad mediática y el interés pecuniario con la vocación política. Pero hay madera en otros, ciertas ideas novedosas y vocación probada. Si su líder vitalicio renuncia a serlo, MC puede tener futuro.

El PRD obtuvo solo 1,121,020 votos y perdió el registro. Su derrota se explica: nacieron y vivieron bajo la sombra de dos líderes únicos: Cuauhtémoc Cárdenas y López Obrador. Al primero nadie podrá regatearle haber unificado a las izquierdas. Pero ese capital se perdió cuando AMLO puso casa aparte y (en una actitud muy suya) abandonó al partido que lo había acompañado y encumbrado. Y sin embargo, el PRD (sus dirigentes, miembros y simpatizantes) no carga con el desprestigio del PRI o el deterioro del PAN. Incorporándose a una corriente o un partido nuevos, la izquierda (la verdadera, no la autocrática, ahora en el poder) puede recomponerse.

La tarea es enorme pero prolongar el desánimo equivale a entregar el país, ya de manera permanente, al actual régimen que ha destruido el entramado institucional de México. Urge protestar contra las reformas anunciadas. Urge prepararnos para las elecciones de 2027 y 2030. Urge despertar.

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