Incluso después del desastroso desempeño de Joe Biden en su debate con Donald Trump hace tres semanas, seguía yo pensando que la contienda presidencial norteamericana aún no concluía. Ya sea que Biden emergiera fortalecido de su debacle, ya sea que fuera sustituido por alguien más -casi seguramente Kamala Harris-, pensé que las debilidades intrínsecas de Trump, el estado de la economía estadounidense, y la rigidez del electorado en una sociedad polarizada permitirían una victoria de los demócratas. A partir del atentado, han crecido mis dudas al respecto.
Aún no se publican encuestas posteriores al intento fallido por asesinar a Trump. Las que se divulgaron antes del sábado, pero posteriormente al debate, sugieren que Biden se debilitó debido a su descalabro, pero mínimamente en los sondeos nacionales. En los estados decisivos -unos seis o siete- la merma para el actual ocupante de la Casa Blanca fue mayor, pero tampoco enorme. Quizás la peor consecuencia para Biden se produjo en estados que se daban por seguros para él, y que ahora pueden inclinarse hacia Trump. Las pesquisas privadas de los demócratas, de acuerdo con filtraciones en diversos medios estadounidenses, pintan un panorama un poco más desolador.
Desolador para Estados Unidos y también para México. No estoy seguro que ese arroz ya se haya cocido, pero resultó obvia la necesidad de ir pensando en una victoria de Trump y en sus implicaciones para nuestro país. Enumero aquí cuatro, en el entendido que existen seguramente más.
Migración: Trump no sólo mantendrá la política de tercer país seguro de facto que Washington le impuso a México desde 2017, sino que le agregará algo peor. Como se recordará, a partir de su toma de posesión en enero de aquel año, Trump obligó a los presidentes mexicanos a aceptar la deportación a territorio mexicano de nacionales de otros países: centroamericanos, luego haitianos y cubanos, después venezolanos y ecuatorianos, y ahora de todo. No hay obligación jurídica alguna para que un país (México) admita ciudadanos de otras naciones expulsados por un tercer país (Estados Unidos), pero ni Peña Nieto ni López Obrador pudieron oponerse a la presión de Trump y de Biden. Pero Biden nunca intentó deportar a mexicanos que ya se encontraban en territorio norteamericano, y aunque Trump anunció que lo haría, su amenaza no se cumplió a gran escala. Los paisanos padecieron hostigamiento, redadas, mayor racismo y discriminación, pero permanecieron dentro de Estados Unidos en su inmensa mayoría. Hoy Trump, y su nueva mancuerna en la Vicepresidencia, advierten que deportarán a más de cinco millones de indocumentados, casi todos mexicanos, en una repetición de la odiosa Operación Espalda Mojada de 1950.
Fentanilo y crimen organizado: Trump ha declarado -y la tesis aparece en el famoso documento de 900 páginas titulado Proyecto 2025 de la Heritage Foundation y que constituye la agenda implícita de Trump- que impondrá una cooperación mucho más estrecha e injerencista con México para combatir la entrada de fentanilo mexicano a Estados Unidos. Sin llegar al delirio de lanzar misiles contra los laboratorios del narco en Sinaloa y Monterrey, esto significa que, o bien habrá una mayor presencia de recursos humanos estadounidenses en México, o bien habrá represalias, casi seguramente de índole comercial. Ya vio Trump cómo México se dobló ante este tipo de amenazas en mayo de 2019; resultaría absurdo que no volviera a recurrir a ellas.
T-MEC: con Trump o con Biden, el tratado trinacional vigente se halla sujeto a revisión –no renegociación– en 2026. Solo que con Trump Washington presentará todas las quejas, agravios y minucias de cada legislador, agricultor o empresario de cualquier estado como propuestas de modificación del acuerdo. Allí se verá cuántas trampas hizo México en estos años, cuántas Estados Unidos, y cuántas de uno u otro se reparan realmente. En lugar de que la revisión sea un simple tramite, como se esperaba cuando se negoció el capítulo correspondiente, puede convertirse en un verdadero calvario. En todo caso, la revisión fungirá como un factor de postergación de inversiones hasta el 2027, por lo menos.
China: es bien sabido que de los cinco puntos porcentuales que China ha perdido como proporción de las importaciones mundiales norteamericanas, México ha acaparado un poco menos de dos por ciento. No está mal, sin tratarse de algo de otro mundo. Pero Washington piensa que por lo menos la mitad de esos dos puntos es ficticia: equivale a triangulaciones chinas a través de México, de aluminio, acero, automóviles, juguetes y miles de productos más. Esto puede o no ser cierto, pero mientras no demostremos lo contrario, Trump y sus colegas anti chinos van a aplicar aranceles, inspecciones, demoras en la frontera y múltiples otras amenazas. Prestarse, incluso inconscientemente, a las mañas de Beijing, le puede salir muy caro a México.
Hay dos grandes diferencias entre el Trump de antes y el que viene, si gana en noviembre. La primera estriba en el equipo. En 2017, el magnate llegó solo a la Casa Blanca, y tuvo que echar mano del personal republicano tradicional: militares, abogados, burócratas, empresarios. Poco a poco se fue deshaciendo de ellos, o renunciaron, pero le impusieron tácitamente un cerco de racionalidad. Ya no será el caso. Dispone de un “corral” de ideólogos, activistas, militantes y exfuncionarios que ya saben donde se encuentran los baños en la Casa Blanca. Cuenta con un programa detallado, con cuadros experimentados, y con el fanatismo de sus seguidores.
Segunda diferencia: desaparece el freno de la reelección. Aunque algunos lo disputan, Trump no puede presentarse de nuevo en el 2028. Ya habrá cumplido los dos períodos presidenciales previstos por la vigesimosegunda enmienda constitucional. Por lo tanto, Trump no tiene que preocuparse de las consecuencias electorales de sus actos. Va por la libre, les guste a sus votantes, o a los demás, o no. Ni modo.