Una entidad pública me acaba de aplicar el axioma con el que designo esta entrega. Y es que no importa qué tan bien calificado estés para un puesto o qué tan necesarios sean tus servicios profesionales, en el marco de la nueva dictadura en la que eso pesa para ser contratado mucho menos que alinearse incondicionalmente a un movimiento como el recientemente ratificado por la ilegalidad, el miedo, la ignorancia y la corrupción, en el que cumplir caprichos provenientes de un demagogo respaldado por fusiles, es más importante que hacer las cosas bien en favor de México.

El hecho de que quien firma esta columna resultaba un candidato ideal para cierta paraestatal aeroportuaria en un puesto fuera de la esfera de lo político sino a un nivel técnico académico hasta que el candidato expresó, empleando uno de los espacios editoriales que albergan sus textos, su oposición a la virtual reelección de López Obrador como mandatario.

Si bien comprendo la importancia de la lealtad, la posición de quienes la sobrevaloraron al decidir sobre mi futuro en esa entidad sin duda refleja que en México no importa que el presidente “saliente” esté llevando a su rancho es decir a “la Chingada” al país y a su aviación, siempre y cuando su proyecto político siga adelante.

La lealtad a un proyecto también se refleja en acciones que lo hagan viable. Desgraciadamente mi buena disposición chocó de frente, cual impacto contra una nube “con hueso”, con realidades como el desprecio por parte de los militares a valores tan intrínsecamente aeronáuticos como son la seguridad y la eficiencia en las operaciones. Los resultados en los emprendimientos a su cargo hablan por sí mismos.

En la medida en la que se siga confundiendo la lealtad del profesional civil con un criminal servilismo, por lo menos en materia de aviación y aeropuertos, seguiremos siendo testigos de verdaderos desplomes en los indicadores de las operaciones de esas entidades.

Lógicamente me queda claro que en el segundo gobierno de la dictadura morenista no tengo cabida a menos que alguien comprenda que lo mío no es política sino vocación constructiva y que serán otros rumbos los que deban tomar mis actividades profesionales. Me consuela comprobar que he privilegiado mi amor por la aviación sobre mis intereses personales.

Debo confesar que en algún momento y sin dejar de intentar proteger los valores aeronáuticos «le bajé», es decir, moderé un tanto mi discurso, especialmente en tiempos en los que se me dio la oportunidad de intentar, por cierto sin éxito, aportar a que el morenismo no termine por destrozar a la aviación civil mexicana como se está haciendo por ejemplo desde la Secretaría de la Defensa Nacional.

Ojalá y este tipo de comentarios le sigan cayendo mal a quienes, desempeñándose como funcionarios aeronáuticos civiles y militares en el obradorato, especialmente los primeros, que a diferencia de los segundos no deben cumplir a ciegas una orden, quienes además saben perfectamente que lo que se está haciendo con la aviación civil mexicana y hasta con el país mismo no es lo correcto, no actúan en consecuencia. No serán ellos quienes paguen el precio de haber sido cómplices de la destrucción institucional de México, es más, ni sus hijos, sino más bien los nietos, a los que la lana que sus abuelos hayan ganado lícita o ilícitamente, eso sí escuchando cada día, cual misa, cada ejercicio de propaganda llamada “mañanera” ya no les va a alcanzar para nada y tendrán que arreglárselas para ganarse la vida en una economía mexicana muy posiblemente destruida por las consecuencias de haber elegido como Presidente en el año 2018 a un megalómano cuya gestión fue sancionada positivamente en este 2024 por un pueblo mexicano que como bien decía el filósofo “tiene el gobierno que se merece”.

Así es estimado lector, dado el irresponsable comportamiento del votante el pasado 2 de junio, el mexicano tiene el gobierno por el que trabajó —bueno no todos los mexicanos debido a que hay quienes hemos luchado por tener gobernantes de mejor calidad. Sobra decir que el que se merece algo mucho mejor de lo que los votantes le han dejado se llama México.

Este mensaje va entonces para las dependencias aeronáuticas gubernamentales civiles y militares que se niegan a contratar experiencia y capacidad para darle paso a la improvisación, la incompetencia, la ignorancia, la corrupción y claro está la lealtad.  Que no les sorprenda seguir entregando tan malos resultados en su gestión como los que han presentado en el sexenio que se supone está por concluir, tiempos en los que nadie se chupa el dedo al pensar que la presidenta realmente lo será y no se convertirá en una simple marioneta colgada de hilos tejidos en Tabasco.

La seguridad, eficiencia, sustentabilidad, sostenibilidad y calidad de la aviación no depende de mal entendidas lealtades, sino de trabajo profesional y comprometido con lo anterior.

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