Si los debates se ganan o se pierden, Xóchitl ganó y Sheinbaum perdió, de la misma manera que fue al revés en el debate anterior. No ofrezco una opinión muy original, ni especialmente perspicaz, pero creo que converjo con el consenso de buena parte de la comentocracia. ¿Y qué?
Primero lo primero. Xóchitl fue más agresiva, más irreverente, más disruptiva que en el primer debate. Perturbó a Sheinbaum en varias ocasiones, y sobre todo, puso de relieve su renuencia a responder a las preguntas, las críticas o los ataques. Sacó a relucir asuntos personales, de familia, de corrupción o de complicidad que, ciertos o falsos, sonsacaron a su adversaria. Violó las reglas unas dos o tres veces, tanto para subrayar la falta de respuestas como las evidentes falsedades. Para mi gusto, debió haberlo hecho con mayor insistencia, interrumpiendo, provocando y desequilibrando a la otra candidata, pero peor es nada. La secular aversión mexicana al enfrentamiento sin duda pesó en el ánimo de una candidata tan profundamente mexicana como Xóchitl.
Claudia, por su parte, repitió su desempeño del primer debate. Ni peor ni mejor. Sólo que ante una rival más belicosa, su pasividad o silencio resultó más evidente y más contraproducente que hace unas semanas. “Ya se aclaró”, “es viejo”, “no respondo”, no sólo revelan una falta de respeto por el público, sino que muestran una incapacidad de reaccionar ante ataques o increpaciones. Lo que pareció hábil y ecuánime en el primer debate, se vio arrogante, culpable y vergonzante en el segundo.
¿Importa el debate? Sí y no. Es poco probable que las encuestas entreguen un cambio significativo de preferencias después del domingo. En general los debates no surten ese efecto. Pero crean inercias, lo que los norteamericanos llaman momentum. Sobre todo, despiertan entusiasmo y esperanzas entre los partidarios y simpatizantes, lo cual es absolutamente decisivo en una campaña. Yo no quisiera opinar sobre la validez del optimismo generado entre los “Xochilovers”, y en general en el seno de la oposición. Pero en materia de activismo, recaudación de fondos, energía recuperada y “buena vibra”, el debate constituyó un soplo de aire fresco, necesario y bienvenido.
Ahora bien, nada sucede sin bemoles. Sólo menciono uno. Supongamos que Xóchitl sí ganó. Supongamos que su victoria se traduzca en un alza de varios puntos en las encuestas. Y supongamos por último que su ventaja se haya debido a su mayor agresividad, irreverencia, negatividad y falta de respeto por las reglas. ¿No debió haber hecho lo mismo en el primer debate? ¿No sabía que eso convenía? ¿O fue aconsejada en ese sentido, pero prefirió otra estrategia? Obvio no tengo respuesta a estas preguntas, pero si en lugar de ganar por un par de puntos el 2 de junio, Xóchitl pierde por el mismo margen, la interrogante se tornará crucial. ¿Por qué no vimos a la Xóchitl del segundo debate en el primero?