Creo que, de manera afortunada, no hemos olvidado una de las más fundamentales lecciones que nos ha dejado el régimen nazi y la Italia fascista de Mussolini: que dichos sistemas político-económicos son, en términos prácticos, enteramente diabólicos e insalvables (es decir, malos y además maletas). Pero otras enseñanzas, posiblemente de igual importancia, parecen haberse desvanecido por completo de la mente de occidente, incluso a tan sólo unos años de la victoria aliada sobre las Potencias del Eje. Una de esas invaluables lecciones desaprendidas es la importancia (e incluso la vital necesidad) de la victoria dentro de la guerra. Es decir, el totalitarismo genocida, expansionista y mortalmente agresivo y represivo tanto del imperialismo japonés, el nazismo alemán y el fascismo italiano, fue prácticamente erradicado de la faz de la tierra gracias a la victoria bélica de las democracias liberales sobre dichos regímenes malignos. No se logró eliminarlos por medio del convencimiento, ni gracias a múltiples resoluciones tibias, mediocres y en extremo débiles de la entonces liga de naciones, ni tampoco del diálogo diplomático, manifestaciones masivas ni mucho menos, sino por medio de la victoria total, es decir, de la sangrienta y costosísima (tanto para amigos como enemigos, incluso civiles) rendición incondicional de las fuerzas del Tercer Reich y de sus respectivos aliados. La guerra fría, sin embargo, parece habernos llevado a creer no sólo que la victoria total hoy en día es imposible, sino incluso, inmoral. Por eso un grupo descaradamente terrorista y auténticamente comprometido con una causa genocida, puede invadir hoy mismo a una democracia liberal (a un aliado incondicional del occidente civilizado), y en dicho ataque asesinar a cientos y cientos de civiles suyos a sangre fría (en flagrante violación a toda convención de guerra de índole internacional) y aun así, prácticamente el mundo entero (empezando por Estados Unidos, la ONU y la opinión pública global), se alinean no con la víctima, sino con el victimario. Es Hitler invadiendo Polonia y el mundo entero tachando de genocida a Churchill por intentar defender el territorio polaco y, sobre todo, por buscar la eventual derrota total del imperio nazi (el verdadero genocida de la historia). Hoy, Alemania, Italia y Japón son de lo mejorcito del primer mundo, pero no gracias a que hayamos tachado a los aliados (a los buenos de la película) de despiadados genocidas, sino todo lo contrario: es decir, logramos salvar a dichas naciones, paradójicamente, gracias a la victoria total que logramos infringir en contra de su alter ego: de sus antiguas versiones imperiales, asesinas y buscapleitos. Sin semejante triunfo, la transformación de los derrotados países en naciones en extremo prósperas y decentes hubiera sido imposible. Y claro que las democracias liberales han demostrado siempre ser infinitamente superiores en términos éticos e ideológicos a sus terribles enemigos, pero eso en absoluto nos libera de la obligación de defendernos militarmente de la barbarie al iniciar ésta una ofensiva injustificada en nuestra contra.
Un mundo débil y escandalizado porque busque la victoria total una gran democracia liberal, parlamentaria y primermundista como lo es Israel, sobre la escoria genocida y terrorista que es Hamas y todos sus aliados, es también un mundo indudablemente enfermo, cobarde y con una brújula moral destrozada por completo, nada menos que por medio de su propia necedad y estupidez. Hoy, de modo enteramente ridículo, se les pide a los aliados que detengan su ofensiva militar a las puertas de Berlín y que regresen a casa de inmediato, so pena de ser cancelados de por vida (e incluso encarcelados). Hoy, el «mundo civilizado» pide dejar en paz a Hitler (permitir que siga «gobernando» y cometiendo sus típicas y tan monstruosas atrocidades en contra de la humanidad entera), y en consecuencia también pide a gritos, fanáticos e irracionales alaridos, que el barbarismo enemigo le aplique a sí mismo la «piadosa» eutanasia de una vez por todas; suplica a los cielos, este occidente descompuesto y gravemente herido, por el advenimiento de su suicidio colectivo, como si se tratara de una manada de mamíferos autómatas, desfilando sin razón alguna hacia un definitivo y mortal despeñadero. Esperemos, entonces, que recordemos siempre que, durante circunstancias extremas, el único camino posible para salvar a la civilización entera es nada menos que la victoria sobre el enemigo invasor en todos los frentes de batalla.