Una de las cosas que más me gusta de la democracia es el acto tremendamente libre de votar. Yo no me lo pierdo. Es un derecho que me encanta ejercer. Por eso, no entiendo a los que se abstienen. Allá ellos, que también es su derecho no asistir a las urnas. Se lo pierden.
México, no hay duda, está pasando por una coyuntura crítica. Al poder ha llegado un grupo que pretende desmantelar muchas de las instituciones del proyecto modernizador que comenzaron a implementarse desde los años 80 del siglo pasado. Del otro lado están los que ven con profundo resquemor lo que consideran como un proceso de destrucción institucional. La política, en este sentido, está polarizada entre los que favorecen la transformación liderada por el presidente Andrés Manuel López Obrador y los que están en contra.
Uno pensaría que, como están las cosas, por lo que está en juego, la ciudadanía estaría ávida de participar en la política y deseosa de ejercer el voto con libertad. Ojalá éste sea el caso el próximo domingo.
Mucha gente está cansada de la política y se ha alejado de ella. La supuesta polarización social a lo mejor es más bien un fenómeno de las redes sociales donde abundan los pleitos entre los fundamentalistas de ambos lados. No lo sé. Pero me llama la atención que, con los pleitos que uno observa en las redes sociales, haya muchos mexicanos que no les interese participar en las elecciones.
Los del domingo son los comicios más grandes de la historia del país. Se elegirá a la Presidenta, 128 senadores, 500 diputados federales, ocho gobernadores, Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, mil 803 alcaldes en 30 estados de la República y mil 98 diputados locales en 31 entidades. Lo que está en juego es mucho en la coyuntura crítica que estamos viviendo en cuanto al enfrentamiento de dos visiones tan distintas del país.
Es para que estuviéramos obsesionados con participar el domingo.
De un lado están los críticos del gobierno de López Obrador que se quejan amargamente de la destrucción institucional, la centralización del poder en la figura presidencial, la militarización y el retorno de irracionales políticas públicas estatistas. Del otro, los que apoyan la llamada “Cuarta Transformación” critican la corrupción de los gobiernos pasados, la inequidad existente, la pobreza lacerante y la fuerza reaccionaria de los que no quieren cambiar.
Cada quien tendrá su punto de vista. Yo tengo, desde luego, el mío. Y, por eso, saldré a votar, con toda libertad el 2 de junio. También con toda libertad escogeré a los que crea representan lo que considero es el mejor proyecto para el país. La decisión no será perfecta —nunca la es— porque no existe el partido que represente perfectamente mis preferencias. Pero me decantaré por la fuerza política que esté más cercana a ellas.
Aquí recupero un discurso de Barack Obama que se hizo muy famoso hace unos años en las redes. Decía el expresidente de Estados Unidos que, si ese país quería sacar a Donald Trump de la Casa Blanca, lo que procedía era votar. Y, por fortuna, lo quitaron.
Pues eso. Más allá de los pleitos, lo que procede es votar.
A los que están a favor de López Obrador, sigan quejándose de que los reaccionarios no los dejan gobernar, que es su derecho expresarse como se les pegue la gana. Pero también salgan a votar por los candidatos que apoyan ese proyecto. Y los que están en contra de López Obrador, sigan levantando la voz para argumentar por qué dicho proyecto es un retroceso económico, político y social para el país, que también es su derecho. Manifiesten esa disconformidad en las urnas.
Sólo en la expresión civilizada del voto en una democracia liberal se dirimirá la coyuntura crítica que está viviendo México.
Caray, tanto tiempo y esfuerzo para lograr escoger nuestro destino político por medio del voto, como para ahora desperdiciarlo. Y siempre pensemos cuál es la alternativa a no tener el derecho a votar: que otros decidan por nosotros.
Salga a votar el domingo y, si tiene hijos menores de edad, llévelos para que aprendan cómo funciona nuestra democracia.
Twitter: @leozuckermann