Obviamente existe un sinnúmero de escenarios posibles para el 2 de junio. Tres me parecen más factibles y, sobre todo, susceptibles de motivar la especulación de lo que venga después. Los enumero, no necesariamente en orden de probabilidades.
Primera hipótesis: Xóchitl gana por uno o dos puntos. Se materializó el voto oculto y una participación superior al 65%, y Massive Caller tuvo razón; el fervor del apoyo a la candidata opositora superó con mucho la intensidad del respaldo a la candidata oficial, y la elección de Estado no funcionó. La oposición triunfó en la Ciudad de México, en Veracruz y en Morelos, además de sus fortalezas tradicionales. El voto útil redujo a MC a su mínima expresión.
Estoy convencido, con muchos de mis colegas, que López Obrador no aceptará este resultado. O hablará antes que el INE, disputará las cifras e insistirá en el fraude. O rechazará el conteo rápido del INE y buscará anular la elección. Los grandes enigmas consistirán en la posición del ejército, de la “calle”, es decir, de la marea rosa y demás, y de Estados Unidos (de estos espero poco). Advendría un periodo de gran inestabilidad, cuyo desenlace se antoja imprevisible.
Segunda hipótesis: Claudia Sheinbaum arrasa o, en todo caso, gana por más de un dígito. Se cumplen los pronósticos de veinte puntos de ventaja, o un poco menos, margen que conduce a victorias oficialistas en CDMX, Veracruz, y tal vez en Yucatán y Guanajuato. Con dicho porcentaje —cercano al 60%— en la presidencial, Morena se aproxima a la mayoría calificada en la Cámara de Diputados. En el Senado se entreabre la posibilidad de “convencer” a un puñado de los integrantes del PRI y MC de asociarse con el gobierno para aprobar el Plan C. La oposición no tiene más remedio que resignarse, ya que las inevitables impugnaciones e incluso una que otra movilización se estrellarán contra el muro de la aplastante ventaja oficialista. Se avecina un creciente autoritarismo, el “carro completo” en el gobierno, el Congreso, la Corte, los organismos autónomos, y una concentración de poder desconocida en México desde los años 80.
Tercera hipótesis, y la más interesante. Sheinbaum triunfa por menos de diez puntos —digamos entre cinco y siete—, Morena pierde en la capital y Veracruz, y nadie alcanza 251 escaños en la cámara baja, o 65 en el Senado. Movimiento Ciudadano supera ligeramente su 7% de 2021, y puede inclinar la balanza en el poder legislativo en un sentido u otro. Además, puede sumarse a la avalancha de impugnaciones que debiera interponer la oposición en el INE y el Tribunal, y a la proliferación de protestas en la calle, en el ámbito internacional y ante los observadores extranjeros.
Se trata del escenario más interesante, aunque no necesariamente el más plausible ni deseable, porque abre múltiples perspectivas. En la época moderna sólo se han producido dos grandes protestas debido a un resultado electoral considerado fraudulento o ilegítimo: la de 1988, por Cuauhtémoc Cárdenas y en menor medida el PAN contra Carlos Salinas; y la de 2006, de López Obrador contra Calderón y el PRI. Ninguno de los cuestionamientos masivos prosperó, pero el de 1988 condujo a la negociación del PAN con Salinas (Cárdenas rechazó cualquier acuerdo, ver mi libro La Herencia). El de 2006 llevó a las reformas electorales de 2007 y, entre otras cosas, a la evicción de Luis Carlos Ugalde del INE.
Si la oposición y su candidata declaran ilegal e ilegítima la elección, buscan anularla en las instancias legales, y cuestionarla en la calle y los medios, ante empresarios, la iglesia, la comunidad cultural, e incluso en el ámbito internacional, se perfila una disyuntiva desgarradora pero seductora para el gobierno. Pueden conformarse con convivir durante seis años con el estigma de la ilegitimidad, la protesta, la animadversión de sus enemigos, un poco al estilo de Calderón entre 2006 y 2012. O pueden negociar, como Salinas con Acción Nacional. La misma disyuntiva se le presenta a la oposición: negociar o impugnar indefinidamente, a sabiendas que el resultado es irreversible. No me refiero, desde luego, al cinismo de Arturo Zaldívar, que propone que el Frente acepte la victoria de Sheinbaum a cambio del reconocimiento de la suya en la capital.
Si se produce la protesta masiva en las calles y eficaz en los tribunales, si Morena acepta negociar, el campo es ancho y productivo, empezando por la designación del cuarto ministro de la Corte en noviembre. Incluye reformas electorales, del poder judicial, en materia de seguridad, e incluso en ciertos aspectos económicos. No el Plan C, desde luego: para ello Sheinbaum y AMLO necesitan la hipótesis dos citada aquí. Pero es evidente que existen amplias zonas de convergencia.
Para ello se requieren dos condiciones necesarias, aunque no suficientes. Que el resultado sea el descrito; y que la oposición organice bien y combativamente la impugnación. Debe empezar por lo que más importa en la noche de una elección: la postura de la candidata presidencial. Todo depende de Xóchitl: de su felicitación o no a Sheinbaum; de su aceptación o no del triunfo de ésta; y de su llamado, o no, a la resistencia. Mi propia recomendación es evidente.