Inseguridad, inquietud, desasosiego, indecisión, vacilación, duda, recelo, sospecha, todas esas palabras son sinónimos de “incertidumbre”, de acuerdo con el Diccionario de la lengua española. La misma fuente, considera como antónimo de dicha palabra a: certeza, certitud, evidencia, verdad, seguridad, convencimiento, convicción. De tal suerte que la incertidumbre es el estado o situación que más puede repudiarse en política, específicamente durante la etapa electoral.
Es cierto que los actuales procesos electorales federal y locales serán los más grandes del siglo XXI. El día de la elección, en las casillas, habrá boletas al por mayor. Por lo menos, en Baja California elegiremos presidente, senadores, diputados federales, ayuntamientos, así como, diputados locales. También es cierto que los recortes presupuestales y la franca acometida en contra de la autoridad electoral por parte del oficialismo, la afectó notablemente. El resultado lo estamos padeciendo.
El Instituto Nacional Electoral (INE), los Organismos Públicos Locales Electorales (OPLE), y todos los ciudadanos que en ellos laboran, ya se trate de funcionarios de carrera o eventuales, se enfrentan a las limitaciones que conlleva la supuesta “austeridad republicana”.
Ahora, el INE y los OPLE, en muchos aspectos, ofrecen un alto grado de incertidumbre. Si bien estamos conscientes de que se trata de dos procesos electorales paralelos, el desarrollar un proceso a partir de septiembre y otro desde diciembre, genera confusiones en lugar de claridad.
Allende de ello, la conformación de coaliciones electorales parciales o flexibles, donde algunos partidos políticos suman esfuerzos en torno a un puesto de elección popular (como es el caso de la Presidencia de México), pero compiten para otros puestos (como las curules en el Senado de la República), mientras en un tercer panorama van más que revueltos (en las diputaciones federales algunos distritos van en alianza y otros en lo individual). Es decir que hay de chile, dulce y de manteca.
A ello debemos sumarle casos locales como el de Baja California, donde, en diciembre del año pasado, se registraron dos coaliciones: una oficialista (integrada por cuatro partidos, dos nacionales y dos estatales), y opositora (formada por los dos partidos más antiguos, relegando al tercero). Finalmente, la primera coalición se redujo, mientras que la segunda se disolvió.
¡Todo esto ocurre en medio del proceso electoral! En una etapa en la cual los ciudadanos deberíamos de estar informándonos sobre los perfiles, antecedentes y propuestas que cada uno ofrece. Por el contrario, a un procedimiento por sí mismo complejo, le sumamos confusión e incertidumbre.
Si a lo revuelto de las aguas le sumamos el alto índice de abstencionismo que se registra durante cada elección, sería bueno preguntarnos si: ¿este panorama se vislumbró desde el año pasado y ese fue el objetivo de quienes lo motivaron? ¿Qué tan confiable puede ser una elección donde la incertidumbre es la que impera? ¿Qué tan legítima resulta una elección donde la democracia no es el gobierno de las verdaderas mayorías? Con esto, quiero aclarar, que no se trata de una desconfianza o desacreditación de nuestro sistema democrático, sino por el contrario, esto demuestra que es necesario su fortalecimiento, profesionalización y, particularmente, la participación de las verdaderas mayorías, tanto mediante nuestro sufragio como en el organigrama de la autoridad electoral. Las elecciones son por, para y con los ciudadanos, ¡no hay más!
Sólo la certidumbre electoral puede ofrecer certeza política, y hay que tener muy presente que las decisiones que delegamos a nuestros representantes populares a través de las urnas son las que repercuten y repercutirán en nuestro día a día.
Post scriptum: “Tan tranquilas son las personas honradas y tan activas las pícaras, que a menudo es necesario servirse de las segundas”, Napoleón I (Bonaparte).
*El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).