¿Quién no recuerda aquel épico comercial (o anuncio, para quienes residimos en la frontera norte de México), en el que un niño le pregunta a su padre: “¿y la Cheyenne, apá?”. Con cierto reclamo y, a su vez, curiosidad el menor le espeta acerca de un tema que era de particular interés. De igual manera, hoy, gran parte de los mexicanos, nos preguntamos: ¡¿y las elecciones, apá?!
Y es que ya han transcurrido casi dos semanas de los 90 días de la campaña federal 2023-2024, sin mayor novedad. Me atrevería a decir que se trata de uno de los procesos electorales más atípicos: desde la amplia ventaja del sexo femenino en la ruta a la Presidencia de la República hasta lo aburrido que ha resultado hasta el momento.
Para quienes amamos la política, esta época representa lo mismo que para un niño en un parque de diversiones: adrenalina, hiperactividad, y la imperiosa necesidad de aprovechar el tiempo al máximo. Por eso me extraña que, en apariencia, todo esté tan apagado. En Baja California, de no ser por la intensa disputa por la joya de la corona (Tijuana), que hubo entre dos tiradores, el nivel de aburrimiento hubiera sido mayor. Sin embargo, hasta cierto grado de comicidad tuvo la solución salomónica que se aventaron al elegir a un tercero.
A pesar de ello, en lo general y hasta el momento, a estas elecciones les falta “carnita”. Están muy desabridas, sin ángel, ni chispa. ¡Ojo! No quiere decir que esta etapa de nuestro proceso democrático sea banal o de entretenimiento, pero sí hace falta que los actores y partidos políticos, autoridades, y la propia sociedad le entremos al quite para volverlo más atractivo. ¿O será ese el plan malévolo: Hacer que la gente se aburra, enfade y desinterese para no vencer al indeseado y cancerígeno abstencionismo? En el ánimo de los mexicanos es imposible, pero ¿también lo es en el espíritu del oficialismo?
Recordemos que, en la elección presidencial de 1994, precisamente en este mes, se detonó una situación que inhibió considerablemente la votación el domingo 21 de agosto. En contraste, los comicios del primero de julio de 2018 tuvieron una buena participación ciudadana que garantizó el triunfo del actual presidente de México.
Aunado a lo desanimado de las campañas electorales que se encuentran en marcha, no podemos ignorar el ambiente de temor ante la inseguridad que prevalece en nuestro país. El asesinato de candidatos a diferentes puestos de elección popular está al orden del día. Se requiere de un trato y estrategias cada vez más humanas, sin embargo, participar sin la debida protección podría significar la muerte.
El clima de violencia, la impúdica manera de actuar de algunos de los protagonistas de este “circo”, ¡perdón! Quise decir: de esta contienda; allende de la característica animadversión de gran parte de los mexicanos para participar de una manera activa, objetiva y propositiva, ha provocado que nos enfrentemos al enorme reto de motivar a la gente para que salga a votar.
Soy un convencido de que los candidatos, los partidos, ni la autoridad electoral tendrán un impacto favorable en la promoción del ejercicio concienzudo del voto. Por ello, se requiere de la voluntad y esfuerzo ciudadano para contagiar el interés para informarse, votar y, posteriormente, evaluar el desempeño de cada una de las partes involucradas en este proceso llamado democracia. ¡De todos! Incluido el propio, porque sólo con evaluación y crítica construiremos una democracia que responda a la realidad en que vivimos. Parafraseando a don Porfirio Díaz: “poco abstencionismo y mucha participación”.
Post scriptum: “Un hombre ve en el mundo lo que lleva en su corazón”, Goethe.
*El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).