Se llenan la boca con la palabra “soberanía”. Nuestro país, argumentan, debe ser autosuficiente en la provisión de ciertos bienes esenciales. No podemos darnos el lujo de ser dependientes, por ejemplo, de las gasolinas que consumimos. Por tanto, debemos producirlas en territorio nacional. No importa cuál sea el costo. Eso es lo de menos.
Así lo expresa nuestro Presidente: “imagínense que nosotros dependamos de la gasolina que nos vende Estados Unidos. ¿Y si deciden no vendernos? ¿Cuánto tiempo dura un gobierno de un país independiente, libre, soberano, democrático, con un bloqueo por no tener gasolina? Pues nos ponen de rodillas”.
Suena sensato. No lo es.
Efectivamente, es una tontería depender de un solo país para el consumo de un producto tan primordial como las gasolinas. Por una cuestión geográfica y económica, México importa este bien fundamentalmente de Estados Unidos. Tenemos la fortuna de estar conectados a uno de los complejos de refinación más grandes y eficaces del mundo, el de Texas.
Pero hay otros países de donde se puede importar gasolina. México también ha importado combustibles de Países Bajos, España, India, Bahamas, Antillas Neerlandesas, Francia y Trinidad y Tobago, por ejemplo.
Si EU nos cortara las importaciones, podríamos traerlas de otros países. Costaría más por la transportación, pero no nos quedaríamos sin gasolina.
Si la preocupación es un posible corte súbito en la provisión de combustibles por parte de EU, lo que se podría hacer es tener un colchón para utilizarlo en caso de emergencia. Una reserva de gasolinas que podría usarse sólo cuando peligre la seguridad energética. Aunque EU es autosuficiente en la producción de crudo, este país mantiene una reserva de 727 millones de barriles de petróleo en sitios estratégicos, por ejemplo. Pero no. En sus prejuicios nacionalistas, López Obrador quiere la autosuficiencia en la producción de gasolinas utilizando las seis refinerías en territorio nacional y una nueva en Dos Bocas.
El problema es que las plantas existentes son de las menos eficientes del mundo. Para su capacidad, refinan poco y a costos altísimos. Nuestras refinerías pierden miles de millones de pesos al año. Y eso lo pagamos los contribuyentes con dinero que podría utilizarse en otros fines más loables como la educación o salud públicas.
Ahora se les unirá una séptima planta que costará más de 20 mil millones de dólares. Será imposible recuperar el capital invertido y, con toda probabilidad, los costos operativos serán igual de altos que los de las seis refinerías existentes.
Pero, eso sí, seremos orgullosamente soberanos.
Independientes, a un costo exorbitante.
De acuerdo con Jorge Andrés Castañeda, con datos de Pemex, las transferencias y apoyos que ha recibido esta empresa por parte del gobierno federal suman “la estratosférica cantidad de 1.65 billones de pesos. Considerando el tipo de cambio promedio entre 2019 y 2023, de 18.5, esto equivale a 89 mil millones de dólares. Para poner esto en proporción, en 2023 el PIB de Venezuela fue de 92 mil millones de dólares. El gobierno de AMLO ha transferido a Pemex el equivalente al PIB de Venezuela en lo que va del sexenio”.
¿A dónde fue a parar tal cantidad de recursos?
En primer lugar, a pagar la pésima administración de la empresa. Una nómina abultada de trabajadores que tienen de los mejores sueldos y prestaciones que existen en el país. Agréguese el excesivo número de ejecutivos que formalmente ganan sueldos razonables, pero que muchos se enriquecen por la cantidad de sobornos que reciben de los contratos que otorgan al sector privado. Adicionalmente están los ladrones dentro de la empresa que se roban todo tipo de productos. Son los socios, por ejemplo, del enorme negocio del huachicoleo de las gasolinas.
Y luego están los eternos contratistas. Los grandes ganadores de la riqueza petrolera, que ahora es más bien pobreza. En este sexenio se les han unido las empresas que están construyendo Dos Bocas, rehabilitando las otras seis refinerías y explorando para para encontrar más petróleo (sin éxito, hasta el momento).
Esos son los verdaderos beneficiarios de la soberanía energética. Élites empresariales, administrativas, sindicales y mafiosas que están mamando con singular alegría y regocijo los recursos del Estado.
El nacionalismo siempre ha sido embriagante. A la gente le gusta. Los políticos lo saben y, por eso, utilizan “la defensa de la soberanía” en sus discursos. A menudo la trasladan a políticas públicas que, en realidad, sólo benefician a ciertos grupos. Para la mayoría de la sociedad, en cambio, el resultado es muy costoso, tal y como hemos atestiguado este sexenio con la tontería de la autosuficiencia energética.
X: @leozuckermann