Mientras nosotros seguimos mirándonos el ombligo con los delirios mañaneros de López Obrador, ahora acompañado —como buen palero/patiño— de Pablo Gómez, el panorama internacional se complica para todos y en particular para México. En varios frentes, acontecimientos trágicos o preocupantes vienen a nublar el panorama de los últimos meses del sexenio. Han creado retos en materia de nuestra posición ante el mundo que pueden ser importantes aunque, como siempre en México, a nadie le importan.
En primer lugar, la trágica muerte del opositor ruso Alexéi Navalni provocará una lluvia de condenas en el mundo entero conforme pasen las horas. No existe la menor duda de que murió debido a las atroces condiciones de detención en el Ártico ruso, y que el responsable directo de su muerte es Vladimir Putin. Huelga decir que no habrá ninguna condena ni mucho menos por parte de López Obrador, pero poco a poco va consolidándose la imagen de un gobierno mexicano absolutamente indiferente ante todo lo que sucede en el mundo.
Un segundo frente, también motivo de preocupación, es lo que sucedió en El Salvador en las elecciones de hace un par de semanas. La primera impresión que muchos tuvimos fue que la jornada se desarrolló normalmente y que Bukele obtuvo una enorme mayoría de votos que no permitía mayor cuestionamiento. Esto ha comenzado a cambiar conforme pasan los días. Gente con gran autoridad moral, como por ejemplo Diego García-Sayán, excanciller del Perú y exmiembro de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, han cuestionado la forma en que se divulgaron los resultados, y han denunciado el hecho de que varios integrantes de la autoridad electoral no hayan querido avalar los resultados. Se dieron también una serie de irregularidades en la votación, sobre todo en el conteo que tardó varios días. Gente que conoce bien la situación salvadoreña ha revelado que si bien Bukele obtuvo una gran mayoría de votos y su elección no estaba en duda, sí los números abultados pueden haber contribuido a que fueran electos 58 partidarios suyos en la Asamblea Nacional, de un total de 60. Huelga de nuevo decir que México no ha abierto la boca, ni lo hará. El fraude electoral en otros países nos hace, como le encanta decir a López Obrador, lo que el viento a Juárez, a menos de que suceda en Bolivia a favor de su amiguito Evo Morales o, según él, en México.
El tercer frente, y el más preocupante sin duda, es el de Venezuela. Siempre pensé que el dictador Maduro le había tomado el pelo al pobre Juan González, encargado de América Latina en el Consejo de Seguridad Nacional de Biden, con los acuerdos llamados de Bridgetown. Se suponía que gracias a esos acuerdos entre la dictadura venezolana y la oposición habría elecciones democráticas este año, Estados Unidos empezaría a levantar las sanciones, sobre todo petroleras y mineras, contra la dictadura, se liberarían presos políticos y, se supo después, sería devuelto a Venezuela el mafioso Alex Saab, encargado de hacer todo el trabajo sucio financiero de Maduro.
Poco a poco el propio Maduro fue violando los acuerdos de Barbados. En primer lugar, mantuvo la inhabilitación de María Corina Machado como candidata de la oposición. Poco después empezó a hostigar a los partidarios de Machado, y sobre todo, detuvo y mantuvo desaparecida, y ahora en la cárcel, a Rocío San Miguel, dirigente de una ONG dedicada a investigar las fechorías de las fuerzas armadas venezolanas y que sigue en la cárcel, y seguirá por mucho tiempo. Pero, para no limitarse sólo a esto, la dictadura venezolana acaba de expulsar a los integrantes de la oficina del Alto Comisionado para Derechos Humanos de la ONU en Caracas alegando que forman parte de una gran conspiración para derrocar al gobierno y no son imparciales. De nuevo, huelga decir que López Obrador no va a decir una sola palabra ni sobre la inhabilitación de Machado, aunque gobiernos afines a él como el de Brasil y el de Colombia sí se han manifestado al respecto. Tampoco dirá nada sobre la detención de San Miguel, ni mucho menos sobre la expulsión de los funcionarios de la ONU. Probablemente le gustaría hacer lo mismo en México.
Todo esto no formará parte, desde luego, de los debates en la campaña electoral, aunque me dio un enorme gusto ver que Xóchitl Gálvez en su mañanera de antier retomó varios argumentos que vengo sosteniendo desde hace mucho tiempo: que México no quiere ser amigo de dictaduras como la cubana, la venezolana y la nicaragüense, y que México no debe hacer el trabajo sucio de Estados Unidos en materia migratoria sin algo a cambio. No es de gran altura de miras, ni nobleza, ni altruismo hacer el trabajo sucio a cambio de algo, pero es preferible el camino de Erdogan en Turquía al camino de López Obrador con Trump y con Biden. Por desgracia, los demás temas de política exterior y de relación de México con el mundo seguirán ausentes de la campaña, y México seguirá por un camino cada vez más —como bien dice Aguilar Camín— provincial, por no decir rústico, insular o apendejado.