Para muchas personas, la acostumbrada visita a una tienda de club de precios (ocultaré su nombre, mas revelaré sus iniciales: Costco), se ha convertido en pesadilla. El vía crucis comienza en el estacionamiento, siempre insuficiente, luego, formarse en la fila donde un grupo de personas espera pacientemente la apertura de la tienda. Una vez que se levanta la cortina, la multitud corre para monopolizar cierta mercancía que es disputada con habilidad asombrosa. Pasteles o ramos de flores, como sucedió durante el llamado Día de San Valentín, son artículos preciados. Este acaparamiento provoca malestar en clientes que buscan una pieza y no encuentran. Como muchas cosas de la vida, analizar esto con otros ojos da nuevas perspectivas.
Este club de precios es por demás exitoso en muchos países. Su notable habilidad ha sido ofrecer productos de calidad a precios muy atractivos. Se trata de uno de los comerciantes más grandes del orbe, con una administración muy profesional y un sistema que cuida los costos y la forma en que trata a sus colaboradores. Para ser cliente hay que pagar una membresía cada año. Los miembros no tienen restricciones para comprar cierto número de artículos; estamos ante las leyes de oferta y demanda donde no se infringe ley alguna. Molestará a unos clientes, sí, mas no es ilegal.
Salvador Alva, en su libro Un México posible, tiene una interesante provocación; propone ver a los comerciantes informales como emprendedores. Lo mismo aplicaría para estos revendedores del club de precios. Si lo vemos bien, los motiva un deseo legítimo de ganancia, y toman ventaja de las condiciones de mercado, para generar valor a otros, a cambio de una utilidad; ¿no es esto lo mismo que hace un emprendedor? Visto así, podríamos ver a nuestro país como una potencia donde abunda esta capacidad emprendedora. Roberto Bonilla le llama antifragilidad, en alusión a la teoría de Nassim Taleb, pues estos «emprendedores» que compran al mayoreo pasteles o flores buscan mucho más que subsistir, persiguen una mejora en sus condiciones de vida y finalmente les llevan un beneficio a otros (sus clientes, que no pueden o no quieren acceder a una membresía del club de precios, e incluso compran porciones, como rebanadas del pastel).
El mexicano es antifrágil cuando escoge no ser víctima, cuando, ante la escasez (madre del progreso y del ingenio) «saca las antenas» y detecta oportunidades o las desarrolla con creatividad y empuje. Ésta es la misma fuerza y motivación que impulsó a los épicos comerciantes de la Antigüedad, que con arrojo y visión cruzaron océanos llevando de un lado a otro animales, especias, perfumes, telas, piedras preciosas, arte y miles de objetos más, que facilitaron el desarrollo de las regiones. Lo mismo hacen las abejas que polinizan. Si entendemos esto como un ecosistema de desarrollo, nos podría funcionar muy bien el empuje mexicano (que, ciertamente, no es para todos).
Yo era de los que en un inicio renegaba de lo que veía en el club de precios. He decidido ver la otra cara de la moneda. México tiene un enorme potencial emprendedor si sabemos verlo y encauzarlo.
El desarrollo es tener derecho a la rebanada del pastel.
@eduardo_caccia