En su muy extenso discurso para presentar las iniciativas de reforma constitucionales que, justamente en el marco de los 107 años de la promulgación de nuestra Carta Magna, el presidente López Obrador decidió hacer una remembranza de México. Aunque, cabe mencionar que fue muy generoso con los caudillos de su predilección, fue injusto con el resto.
Si el presidente sabe de algo, es de historia. Le apasionan los temas del ayer, particularmente si se trata de nuestro país. Algo en lo cual coincido ampliamente con él, ¡es más! Todos los funcionarios deberían de tomar un curso intensivo de historia, porque: quién no sabe de dónde viene, no sabe hacia dónde va. No cabe duda, conocer nuestro pasado conlleva la enorme responsabilidad de transmitir los hechos sin sesgos, ni simpatías. Como dirían por ahí: no debe de haber odios, pero tampoco amores.
Andrés Manuel sabe de historia y sabe cómo distorsionarla, sabe cómo ser parcial. Así, vanaglorió a Lázaro Cárdenas, un personaje que transitó sin pena ni gloria por la lucha revolucionaria de inicios del siglo XX; aun así, lo equiparó con Flores Magón, Francisco Villa, Emiliano Zapata, y Francisco I. Madero.
No pudo contenerse y, nuevamente, se refirió a la cuarta transformación que asegura vive México: “…al paso del tiempo estos derechos, alcanzados con el sufrimiento y el sacrificio de millones de mexicanos en la lucha de Independencia, de Reforma y de Revolución, fueron perdiendo vigencia en tanto que se reestablecían fueros y privilegios en beneficio de una élite…”.
Las palabras “neoliberal”, “ambiciosa”, “rapaz”, “transformación”, “corrupción”, y “austeridad republicana”, no estuvieron ausentes. Como, desde hace 18 años, López Obrador mantuvo las líneas discursivas que lo llevaron al poder, gracias al hartazgo y decepción social. Ya no importa si tiene la razón o dista de ella, aprovecha la necesidad de despresurizar el fervor de la gente.
En un listado de 20 puntos, a su antigua y característica usanza (¿quién no recuerda los compromisos del señor López en 2006?), el tabasqueño retoma todas las iniciativas que le fueron frustradas. A siete meses de que culmine su gobierno, acomete de nuevo. ¿Qué gana a estas alturas? ¿Realmente piensa que el Congreso que ya le rechazó sus iniciativas las aprobará o sólo quiere caldear el ánimo de la ciudadanía previo al arranque de las campañas electorales? ¿Se trata de iniciativas de reforma a la Constitución o de revivir las estrategias que tanto le funcionaron, sólo que ahora como una campaña disfrazada? Y, si tan bien van sus candidatos, ¿por qué desgastarse tanto en impulsarlos?
Todo esto en medio de un gobierno que, además de no proteger a nuestros periodistas, los expone filtrando sus datos, ya sea con dolo o sin él, de que los expone, los expone. ¿Qué decir de un gobierno que, en cuestiones de gasto y como sucedió en la mala administración económica de Luis Echeverría, ya llegó a tope? Ni hablar del atentado contra los órganos autónomos que tanto nos costaron a los ciudadanos: derechos humanos, procesos electorales, desarrollo económico, transparencia, ¡todo al traste!
A diferencia de la novela de García Márquez, AMLO sí tiene quien le escriba, por lo menos sus discursos, pero no les permite ni eso. El expresidente legítimo de México insiste en esperar a que le respondan su justo reclamo de los derechos que “conquistó” con sus “servicios a la patria”. Ahora sí que, como dijera el “célebre” “filósofo” nuevoleonés y comediante de moda, ya sea porque chochea o simplemente desvaría: el presidente trae puro sueño.
Post scriptum: “Para hacer lo que yo he hecho se necesitaría ser como yo y eso está muy difícil”, María Félix.