Pueblo es una palabra noble, pero no en boca de López Obrador.
Ciudadano es lo contrario a una marea o un coro. Ciudadano es una persona, es decir, un individuo con alma, razón y libertad, no un autómata. Una persona con voz y voto, preocupada y ocupada por la cosa pública, por el destino de su entorno, desde el más inmediato (su calle, su colonia, su municipio) hasta su ciudad, su país. Un ciudadano no nace, se hace. Es un yo atento al nosotros, que no se funde ni confunde con el nosotros.
Siendo elemental, el oficio ciudadano, el deber ciudadano no es sencillo, porque no es imperativo teórico sino obligación práctica. Es categoría moral y simultáneamente es un oficio que hemos de aprender para que el cumplimiento de la obligación no quede en gesto que salva la insignificancia de una reputación o tranquiliza la superficie de la conciencia; pero no tienen eficacia trascendente ni para la salvación propia ni para el bien común.
Oficio complejo y no exento de molestias y de riesgos profesionales, entre los que no es ciertamente el mayor el de tropezar con los pistoleros físicos o intelectuales del régimen. Oficio que toma tiempo, que arranca del hogar y del trabajo, que merma ocasión de otras más placenteras o aparentemente más altas tareas. Informar- se de las necesidades y de los problemas comunes, juzgar de proposiciones, ofertas y programas; participar en deliberaciones, alzar justas protestas, extender o soportar el proselitismo, tolerar y saber que hay que hacerse tolerar, tomar la carga de decisiones difíciles y de trascendencia. Y también, cuidar del padrón, hacer cola en las casillas, pelear contra los ladrones de ánforas y de votos; ser candidato, hacer campañas, defenderse en colegios electorales inicuos, ser munícipe contra el gobernador que se roba los ingresos del Ayuntamiento y abre veinte cantinas por cada escuela, ser diputado durante tres años y machacar, desdeñando provocaciones, desnudando mistificaciones y falsedades, contra un muro que ni siquiera es de incomprensión o de genuina discrepancia intelectual, sino de sumisión infrahumana.
Así hablaba Gómez Morin en 1949, en su último discurso como presidente del PAN. Así hablaba en pleno triunfalismo alemanista, cuando ejercer la ciudadanía era -en sus palabras- «una brega de eternidades». Pero han pasado 75 años y los ciudadanos de este país no estamos dispuestos ya a bregar eternidades.
Hoy nos manifestaremos en todo el país. Nuestra marcha tendrá una importancia similar a las grandes manifestaciones del 68 que enfrentaron a otro presidente enceguecido por el poder, hirieron de muerte al viejo sistema político y conquistaron -con sangre- las libertades que el gobierno actual pretende arrebatarnos. No podrá. Gómez Morin lo advirtió también, en palabras de permanente vigencia:
…ni la violencia, ni el fraude, ni la confusión pueden hacer que muera este anhelo de libertad y de limpieza del pueblo de México, ni impedir que los corazones mexicanos sigan leales a los más altos principios que rigen la vida personal y la colectiva, ni detener ya el movimiento práctico de organización cívica del que dependen la expresión eficaz, la defensa, el cabal cumplimiento de esos anhelos y de esos principios.
La marcha ciudadana por la democracia es una jornada electoral anticipada. Puede ser, debe ser, presagio del 2 de junio en el que México irá a las urnas para defender su derecho a ser libre y dueño de su destino.
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