En México, la mayoría de los residuos que no son recolectados, principalmente plásticos, acaban en las costas. Desechos que son arrastrados a la deriva de las corrientes oceánicas hasta acumularse en la orillas, que regresan mar adentro después por las olas o que yacen perdiendo color enmarañados a las raíces de manglares, en ecosistemas que se acaban convirtiendo en basureros improvisados.
Según un informe de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), la situación de la alta contaminación por plásticos en las costas ha alcanzado niveles críticos, con los Estados de Oaxaca, Guerrero, Chiapas y Veracruz a la cabeza. “Es muy complicado cuantificar cuánta basura termina en la naturaleza. Pero, se estima que cada minuto el equivalente a dos camiones llenos de basura plástica son vaciados en el océano”, señala Nick Leopold, director de Océanos sin Plástico en Oceana, organización para la conservación marina. “Los materiales viajan desde las ciudades por ríos, o a través del aire, y tienen un impacto muy fuerte en los ecosistemas”, matiza el responsable de una campaña recién lanzada para regular el uso de plásticos innecesarios en la capital.
Falta de medidas
En México, donde menos del 6% del plástico se recicla, la ausencia de medidas para su manejo residual supone una de las principales fuentes de contaminación. Un problema que se acrecienta en los municipios rurales alejados de los centros urbanos que carecen de servicio público para la recogida de basura. Ante la falta de políticas gubernamentales eficientes para encarar este grave reto, iniciativas privadas y organizaciones de la sociedad civil dedican fondos para que la basura plástica —que mata más de un millón de especies marinas al año—, no acabe en los océanos. Es el caso de Comunidad Nit, una red de alianzas originada en la costa de Oaxaca para promover el reciclaje y fomentar el ciclo de la economía circular. Este proyecto, impulsado por Femsa, asociación perteneciente a Coca-Cola, busca fortalecer la cadena de reciclaje en algunos puntos del Pacífico mexicano y minimizar la contaminación marina.
Para ello, se instalaron lugares de acopio de residuos reciclables en algunas playas de Puerto Escondido, uno de los destinos turísticos costeros más visitados. “Botellas de PET o plástico duro como detergentes líquidos y champú, botellas de polipropileno; latas de aluminio, papel y cartón, entre otros materiales que la comunidad puede llevar y reciclar”, explica Iberia Rodríguez, integrante de la Comunidad Nit y una de las principales impulsoras de la iniciativa. Según explica la activista, “a través de la participación de los habitantes, Gobierno, organizaciones, negocios y otros actores clave del turismo, esta alianza pretende evitar que los residuos colapsen los ecosistemas”.
De acuerdo con estudios sobre el impacto ambiental de la contaminación plástica, los residuos más comunes que se pueden encontrar en la naturaleza son platos, vasos desechables, así como bolsas y botellas. Plásticos que llegan a constituir el 90% de la basura total en algunas playas. Pero, esto es sólo una estimación. Según la Semarnat, la información que existe sobre la gestión de residuos es incompleta debido a la falta de seguimiento de los flujos de plásticos en los centros de acopio, que constituyen el escenario de fin de vida más probable para estos residuos en México.
Un negocio que se sostiene en la economía informal
A pesar de que los centros de acopio son responsables de la mayoría de la recuperación de materiales, prácticamente todos ellos funcionan al margen de la regulación. Se calcula que sólo el 2% de los más de 2.200 que hay en el país están completamente controlados. El resto se sostiene de la economía informal. Son basureros como el vertedero municipal de Pedro Mixtepec, al que cada día acuden una decena de jornaleros para ganarse la vida.
En este relleno sanitario a cielo abierto, a poco más de 10 kilómetros de las playas más turísticas donde la Comunidad Nit y Femsa desarrollan su proyecto de reciclaje, familias de pepenadores tratan de rescatar materiales que todavía cuentan con una segunda vida. “Lo que más recogemos es PET y plástico duro que sacamos de electrodomésticos, lavadoras, hornos”, relata Pablo López mientras camina entre la basura apoyado en un bastón. Una bandada de zopilotes está al acecho. Originario de los Nanches, localidad del municipio donde se expande el vertedero, este oaxaqueño de 64 años lleva más de dos tercios de su vida dedicados al reciclaje, un negocio que a escala mundial genera miles de millones de dólares anuales. No obstante, los altos beneficios que alcanza el negocio del plástico en el mercado generalmente no impactan en los actores que constituyen las cadenas de suministro del material recuperable a nivel local.
A trabajadores como Santos, recoger plástico para venderlo les sale cada vez menos rentable. “El problema es que bajó mucho su precio. Si el kilo estaba antes en siete pesos (0,41 dólares), ahora nos los compran en dos (0,12). Lo vendemos muy barato”, dice Juana López, que a sus 61 años lleva dos décadas recogiendo basura. “Empezamos bien tempranito, llegamos a las siete de la mañana y salimos a las cinco. Con mucho sol o lluvia y entre la peste, aquí estamos siempre. Pero no nos da para vivir. Entre mi esposo y yo podemos juntar al mes unos 3000 pesos (175 dólares)”, relata la mujer.
El reto: frenar la producción de plástico
La demanda de materiales de empaque y el incremento del comercio electrónico hicieron que el mercado de PET se disparara durante la pandemia. Pero los beneficios cada vez mayores de la industria no se reflejan en los bolsillos de los recolectores de basura, un oficio cada vez más precarizado en la costa oaxaqueña y que expone su salud a peligros. Los trabajadores respiran aire contaminado y se exponen a pincharse o cortarse con agujas y otros instrumentos punzantes. “Trabajamos con las puras manos y hay que andar con cuidadito de no hacerse daño”, dice la pepenadora que saca adelante a toda la familia con la venta de unos materiales cuyo valor fluctúa de forma constante. “El precio del plástico sube o baja cada dos o tres meses. Por eso preferimos vender metal o aluminio, que nos da mucho más dinero”, dice López, avanzando entre las montañas de desperdicios.
“La materia virgen del plástico es el petróleo, el cual depende del precio mundial y siempre está variando”, dice Leopold. El experto de Oceana cree que, en el contexto actual, los mensajes del reciclaje y de la economía circular no son suficientes mientras se sigan produciendo nuevos envases de ese material.
Las cifras que arroja el reporte anual de Petstar, la infraestructura de reciclaje de PET más grande del mundo, que tiene a Coca-Cola entre sus accionistas, señalan que en 2022 acopiaron casi 101.000 toneladas en México, pero sólo produjeron 53.000 toneladas de plástico reciclado. “Esto significa que hay una pérdida de material de casi el 50%, lo que obliga a que se siga extrayendo petróleo para poder generar material que atienda a la demanda”, se lamenta Leopold.
Según la ONU, la mayoría de los envases no están diseñados para ser reutilizados. Y se acaban convirtiendo en residuos que, al perder valor para quienes se encargan de recolectarlos, terminan quemados a cielo abierto o vertidos directamente en ríos, cañadas y otros ecosistemas naturales como el mar. Mientras Coca-Cola ha anunciado la creación de empaques 100% reciclables para 2030, el consenso internacional apunta directamente a la eliminación directa de los plásticos innecesarios. Y las organizaciones ambientales defienden frenar la producción de ese material y la creación de alternativas de embalaje, empaquetado y embotellado reutilizables para combatir la contaminación plástica.