Como resultado de la invasión napoleónica a España, la independencia de las 13 Colonias, las reformas borbónicas, la Ilustración y el sistema de castas que hundía a los novohispanos en una increíble desigualdad, el 28 de septiembre de 1821 nuestra nación se declaró soberana mediante el Acta de Independencia del Imperio Mexicano. Después de 300 años de vivir bajo el auspicio de la corona ibérica, nuestros antepasados optaron por Agustín I, emperador de México.
México sería gobernado por un triunvirato (gobierno de tres personas), compuesto por Pedro Celestino Negrete, Nicolás Bravo, Vicente Guerrero y Guadalupe Victoria (se turnaron el cargo), quienes sentaron las bases de la nueva organización política. Luego de ello, Guadalupe Victoria se convertiría en el primer presidente jefe del Ejecutivo por casi cinco años.
En esta muy apretada (e injusta) síntesis histórica podemos observar cómo nuestro gobierno evolucionó de una manera extrema. La Nueva España se convirtió en los Estados Unidos Mexicanos transitando de la colonia al imperio, para finalmente consolidar una república. Así, “La nación mexicana adopta para su gobierno la forma de república representativa popular federal”, como quedó asentado en el artículo 4º de la primera Constitución y 5º del Acta Constitutiva de la Federación. Es a partir de este último modelo que los presidentes han abundado en México, pues la inestabilidad política y social generada por las ambiciones personales e intereses de grupo, provocó que nuestro país fuera gobernado desde minutos hasta décadas. Alternaron el poder, pero no precisamente por la vía democrática, sino mediante la fuerza, incluso, mediante el delito.
El Supremo Poder Ejecutivo de la Unión, como aún se lee en el artículo 80 de nuestra Carta Magna, se deposita en una sola persona que recibe el título de “presidente de los Estados Unidos Mexicanos”, (así como lo leen “presidente” y no “presidenta”, pues no tiene que ver con el sexismo sino con la ortografía).
A lo largo de casi dos siglos de la República (se cumplirán el próximo año), como forma de gobierno, hemos tenido presidentes “de chile, de dulce y de manteca”. Desde el presidente más joven, Miguel Miramón, quien gobernó cuando tenía 27 años. De una manera contrastante, se tiene el registro de José Ignacio Pavón, quien ocupó la Presidencia durante dos días a la edad de 69 años. Aunque hay quienes cuestionan su brevísima gestión, pues fue de manera interina y paralela al gobierno de Benito Juárez. Antonio López de Santa Anna fue presidente de México en 11 ocasiones. Mientras Porfirio Díaz ocupó el cargo de manera ininterrumpida durante 27 años, Pedro Lascuráin apenas estuvo 45 minutos en el poder.
Los presidentes que lograron gobernar durante todo su periodo en el siglo XIX y la primera parte del XX fueron escasos. Fue don Porfirio quien propondría ampliar el periodo de gobierno de cuatro a seis años, siendo de 1904 a 1910 el primer sexenio. El segundo abarcaría de 1910 a 1916, sin embargo, la Revolución promovida por Francisco I. Madero lo interrumpió, además, Madero retomó el cuatrienio presidencial, aunque no llegó al final de su administración. Luego del Porfiriato, Álvaro Obregón fue el primer presidente que inició y culminó su primer periodo íntegramente (1920-1924). Su sucesor, Plutarco Elías Calles también gobernó durante cuatro años, pero logró reformar la Constitución para permitir la reelección única y no inmediata, además de ampliar el periodo de cuatro a seis años, nueva y definitivamente. Así, Obregón ganó la elección de 1928 y gobernaría hasta 1934, de no haber sido asesinado.
Espere la segunda parte…
Post scriptum: “Se gobierna mejor a las personas por sus vicios que por sus virtudes”, Napoleón I (Bonaparte).
* El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).