El mandato del Supremo Líder está muy claro: no solo hay que ganar, sino arrasar. La vara está muy alta. Se trata del famoso “plan C” de López Obrador: retener la Presidencia, ganar dos terceras partes de la Cámara de Diputados y Senadores y, con esa mayoría calificada, reformar la Constitución y apoderarse de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, además de debilitar, a lo mejor desaparecer, los órganos autónomos del Estado, como el Instituto Nacional Electoral. Es un proyecto de concentración del poder. Que la próxima presidenta pueda gobernar sin contrapeso alguno.
Para lograrlo, hay que sumar todos los votos posibles.
Puede ser que Clara Brugada gane la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México holgadamente. Pero si Omar García Harfuch lo hace con mayor abundancia de votos, él será el candidato de Morena. Esos dos, tres, cinco puntos de más pueden hacer la diferencia para lograr más diputaciones federales en la capital.
Hay, incluso, que dar la batalla en estados donde Morena parece no tener oportunidad de ganar.
Yucatán, por ejemplo. Para tal efecto, ya están cooptando a políticos que hace unos minutos eran opositores muy vocales en contra de la Cuarta Transformación. Les tienden la alfombra roja. Si Rommel Pacheco ayuda a arrasar, bienvenido sea el exclavadista que pertenecía a la diputación panista. Ni se diga un priista de abolengo como Jorge Carlos Ramírez Marín.
Morena, por instrucciones de López Obrador, anda en plan pragmático. Se quiere convertir en un “partido atrapalotodo” (del inglés catch-all party). Hay que sumar todo lo que se pueda sumar sin importar las ideologías. Atraer a votantes de izquierda, centro y derecha. A estatistas y neoliberales. Progresistas y conservadores. Proaborto y antiaborto.
Todos caben bajo la carpa morenista.
Sí, efectivamente, suena como el PRI de antaño: todos los grupos dentro de un partido. ¿Usted quiere hacer política en México? No se haga bolas: purifique su pasado pasándose a Morena que es el único partido que le puede asegurar presente y futuro políticos.
Dice el diccionario que el pragmatismo es la “preferencia por lo práctico o útil”. Claudia Sheinbaum tiene que entregarle buenas cuentas electorales a López Obrador. No sólo se trata de ganar la Presidencia, sino el mayor número de senadurías, diputaciones, gubernaturas, alcaldías y diputaciones locales. La orden es demoler a la oposición y la candidata presidencial lo ha entendido. Tiene un mandato y, disciplinada como es, hará todo lo posible por cumplirlo.
Claro que el pragmatismo tiene un costo. Pero es menor. Los morenistas más ideológicos están alebrestados. No entienden cómo Claudia prefiere a Omar que a Clara. No quieren ver lo evidente: que García Harfuch tiene un mayor potencial de jalar más votos a Morena, aunque él no sea morenista.
Y lo mismo pasará en las candidaturas a gobernador en los otros ocho estados. Quedarán los que tengan el mayor potencial de, no sólo ganar, sino arrasar. Por eso el método de elegir candidatos por encuesta. Ganarán los que traigan más fichas a la mesa. Si ése es un arribista, le darán la bienvenida con gusto.
Los que llevan años haciendo cola en Morena, fundadores de ese movimiento, tendrán que tragarse el sapo. ¿Cuál es su opción? ¿Irse a la oposición? ¿Seguir el camino sin destino de Marcelo Ebrard?
Muchos simpatizantes de la Cuarta Transformación no han comprendido que terminó el periodo romántico de la toma del poder, si es que algún día lo hubo. Ese halo histórico que los alumbra de una izquierda que sufrió años por gobernar al país y que finalmente lo logró en 2018 con López Obrador.
Lo que les molesta es percatarse que AMLO, más que ser de izquierda, es un priista de cepa.
Un pragmático que, al revés de lo que dice, no tiene principios. Si lo que le conviene es aliarse a los militares, venga el militarismo. Si lo que beneficia es abrir el partido a los oportunistas que granjean más votos, que se amuelen aquellos que sí se creen el cuento de la llegada de la izquierda al poder.
La que sí ya lo entendió es Sheinbaum, quien tiene que dar resultados. El objetivo del 2024 es ganar contundentemente. Asegurar la mayoría calificada en el Congreso para reformar la Constitución y apoderarse del Poder Judicial. Que no haya contrapesos. No importa que se enojen algunos “compañeros” (así se dicen entre ellos) por lo que esto implica. Igual y no pueden hacer mucho con esa rabia. Esto no es activismo universitario de izquierda, sino pragmatismo para arrasar en las elecciones del 2024.
X: @leozuckermann