El uso de eufemismos es común en todas las culturas del mundo, para decir sin decir, suavizar las expresiones y mantener el control. Usualmente se busca expresar algo, a modo de código, para que el interlocutor entienda sin haberle dicho la expresión raíz. El eufemismo es una parábola, una suplantación efectiva. Alguien dice que «durmió a su perro» en vez de «autoricé que lo mataran». Una empresa comunica que «dejamos ir» a cierta persona, en lugar de «lo corrimos». El eufemismo, producto de una cultura al fin, no es literalmente traducible. Enamorarse en inglés es «caer en amor», una expresión sin sentido en español. Lo interesante es entender por qué existen los eufemismos dentro de una cultura.
En política, una disciplina social que recurre a la simulación, el eufemismo es un artículo de «canasta básica». Hay algunos épicos: «El que se mueve no sale en la foto», para insinuar que una indisciplina se castiga con una especie de destierro político. O qué tal hablar de «corcholatas», originadas para sustituir otro eufemismo, «el tapado», con el que el viejo régimen identificaba a los posibles sucesores a la Presidencia de la República, proceso en que el ungido era seleccionado por el Presidente en turno. Ahora ya no hay de eso sino «lo que diga mi dedito». Ahora no hay actos de campaña sino «asambleas informativas», y ningún aspirante busca ser candidato sino «Coordinador de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación». Cabe aclarar que también la oposición usa las mismas argucias (pues «en todos lados se cuecen habas»). En la sociedad de la simulación, graduamos maestros del simulacro. Es común arreglar algo «por debajo del agua» o dar un «moche». El efecto deseado es que la contraparte pueda decir «así sí baila mi hija con el señor» o «ahora sí veo la luz». Cada sexenio innovamos en eufemismos pues alguien dijo «a mí que me den por muerto», lo que en realidad es afirmar que se está más vivo que cualquiera; o «tengo otros datos», en vez de acusar al oponente de mentiroso; o «me canso ganso», para expresar que «por mis huevos» se hará algo.
Ahora resulta que un consumidor «bien trucha» no compra mercancía ilegal, ni siquiera «pirata», ahora ha surgido un eufemismo importado: quien aspire a cierto producto, pero no de la marca original, puede salvaguardar su conciencia comprando «la dupe», del sajón «duplicate»: se adquiere algo de supuesta idéntica capacidad o manufactura, por una fracción del precio. Los eufemismos desahogan tensiones, lubrican el orden social, son verdaderos catalizadores de la cultura y tienen fines claros. Están los que salvan el prestigio personal, pues basta decir «voy a mi arbolito» (pronunciado «voy a miar-bolito» o los clásicos numérico-escatológicos: «hacer del 1 o del 2», por no mencionar a quienes se «comieron la torta antes del recreo».
Y aunque los mexicanos estemos perdiendo, el «¡sí se puede!» es una resignación decorosa, en un mundo donde ya no hay carros usados sino con dueño previo «pre owned». De todos, quizá el más surrealista y mexicano sea uno, que «ahorita» les explico…
@eduardo_caccia