Desde que tengo memoria, vengo escuchando que el PRI morirá como partido político. Y aquí sigue. Tremendamente disminuido, pero vivito y coleando.
El tricolor ha sobrevivido varias veces en las últimas décadas. Resistió la gran división de la Corriente Democrática de 1987 cuando cuadros de altísimo perfil como Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo abandonaron el partido.
Aguantó la elección de 1988 donde el propio Cárdenas desafió al candidato presidencial del PRI, Carlos Salinas, en una elección muy competida que causó un conflicto poselectoral.
Resistió el asesinato de su candidato presidencial en 1994, Luis Donaldo Colosio, que cimbró las bases del partido.
El PRI sobrevivió dos grandes derrotas históricas. La de 1997 cuando perdió la mayoría en la Cámara de Diputados y la del 2000, en la que finalmente le arrebataron la Presidencia.
En la elección de 2006, su candidato presidencial, Roberto Madrazo, se fue hasta el tercer lugar. Sin embargo, el tricolor aguantó y, por increíble que parezca, pudo reagruparse y, desde los estados, recuperó la Presidencia en 2012. Le duró seis años el gusto. En 2018, volvió a perder y su candidato presidencial se fue, una vez más, hasta el tercer lugar.
Desde entonces, el PRI no ha pegado una. Ha perdido todas las gubernaturas que tenía, salvo las de Durango y Coahuila. Se ha transformado en un partido de La Laguna.
No obstante, según las encuestas nacionales, hay un 16% de mexicanos que todavía declara que, si las elecciones fueran hoy, votaría por el PRI. No es un porcentaje nada despreciable. Es, de hecho, similar al del PAN.
Es decir, todavía existe un electorado priista. Sin embargo, el partido parece estar cayéndose a pedazos.
Desde que tomó la dirigencia nacional Alejandro Moreno, han ocurrido varias defecciones de cuadros locales y nacionales. Morena se ha encargado de vaciar al tricolor.
Muchos se quejan del liderazgo de Alito, quien ha trabajado más por consolidar su posición dentro del partido que por ganar elecciones. Sin duda lo ha logrado. Hoy, Moreno controla todos los órganos de decisión del PRI. Los que no se han ceñido a su voluntad han sido defenestrados. O se han ido, como fue el caso esta semana de cuatro senadores: Miguel Ángel Osorio Chong, Claudia Ruiz Massieu, Eruviel Ávila y Nuvia Mayorga.
A raíz de esta nueva salida, de nuevo se ha escuchado que el PRI va directo a la tumba. Yo no lo veo así. Ciertamente, el tricolor está en plena decadencia. Se encuentra en el punto más bajo de su historia desde que se creó el Partido Nacional Revolucionario (el abuelo del PRI) en 1929. Pero creo que sobrevivirá.
Todavía tiene activos importantes. Para empezar, ese 16% de mexicanos que lo prefiere en las encuestas nacionales. Como dije arriba, no es un número menospreciable.
Luego está el peso de la franquicia. En México, es tremendamente difícil formar un nuevo partido. Por tanto, los existentes tienen un gran valor en el mercado político. Esto lo han aprovechado otros partidos chicos —como el PRD, PT y el Verde— para hacer alianzas muy rentables con los partidos grandes.
Es a lo que le está apostando el PRI para las próximas elecciones de 2024. Hacia allá está dirigida la estrategia de la alianza con el PAN. Los priistas saben que, con esta coalición opositora, tienen más probabilidad de ganar puestos de elección popular, incluida la Presidencia, que si van solos en los siguientes comicios. En toda esta negociación, el PRI de Alito Moreno, por supuesto, está vendiendo caro su amor.
Con la franquicia, el PRI recibe otros elementos de mucho valor. Para empezar, millones de pesos de financiamiento público, un asunto que tampoco debe menospreciarse. Agréguese miles de spots de radio y televisión durante los procesos electorales.
En este sentido, ni de loco suelta Alito Moreno al PRI. Sin este partido, no sería nada en la política nacional. Y tiene el incentivo para evitar la debacle completa de este partido.
De seguir así, el PRI seguirá acabará siendo un partidito, tipo PT o Verde, que se comporte como rémora de alguno de los grandes. Es un modelo que ha demostrado dejar buenas utilidades.
A menos que haya un recambio generacional en el tricolor con un nuevo liderazgo dispuesto a transformar por completo a este partido, incluyendo la posibilidad de cambiarle el nombre. El único cuadro que se me ocurre que podría hacer esto sería Manolo Jiménez, el siguiente gobernador de Coahuila, siempre y cuando realice una buena labor en ese estado.
Rémora o reinvención, es lo que veo en el futuro del PRI. No su muerte.