Acostumbramos visualizar el progreso como una línea que avanza en el tiempo. Así, una sociedad no hace otra cosa que mejorar constantemente. Como prueba se enlistan los prodigios científicos y tecnológicos. Me parece limitado ver al progreso de esta forma pues, en vez de una dirección constante hacia adelante, también hay retrocesos culturales como para afirmar que antes estábamos mejor en ciertos aspectos. Veamos algunos casos, no exentos de nostalgia para mi generación y otras, que probablemente no sean considerados como regresiones por los más jóvenes, quienes no vivieron aquellas formas de comportamiento. Para ellos, los de menor edad, vaya este recuento de costumbres extintas, con la esperanza de que renazcan (toda pérdida lleva su dosis de negación).
Hubo un tiempo en que los jóvenes usaban palabras altisonantes sólo cuando estaban entre pares. Hoy en día no hay ningún tipo de filtro, incluyendo hombres y mujeres. El lenguaje de la juventud tiende a ser limitado y ofensivo, en cualquier lugar, sin reserva ni pudor por los presentes, dicen groserías como si expresaran frases coloquiales. A esta juventud le duele el futuro, pero también las palabras que, como extensión y consecuencia de la degradación social, han sido severamente castigadas. La corrupción del lenguaje es también la corrupción de la visión de la vida y la forma en como uno se relaciona con su entorno. Un lenguaje corrupto es síntoma de un sistema corrupto. Otra muestra de ello es ver el bajo nivel de expresión de muchos políticos cuando usan la tribuna. Las letras de las canciones de moda mejor no las comparemos con las de hace unos años. Cada éxito musical acribilla la sintaxis.
El habla, no hace mucho, se valía del «usted» y del «tú» como forma de marcar distancias y poner límites. En la medida que se ha perdido el respeto generalizado por lo que nos rodea, esa frontera se ha borrado. Bajo el eufemismo del «tío» y «tía», hay sociedades donde los jóvenes tutean a sus mayores. No se trata de una práctica que los haga más amenos, en el fondo esta mala costumbre ha abierto la brecha de una igualdad que no debería existir en aras del respeto a otras esferas de la vida.
Hubo un tiempo en que las aerolíneas valoraban la dignidad de los pasajeros. Se viajaba con suficiente espacio para las piernas y los respaldos reclinaban. Por increíble que parezca, los viajeros recibían (dependiendo del horario) alimentos y bebidas como parte de su tarifa. Las demoras eran excepcionales. En la era de las aerolíneas de bajo costo e infrabaja calidad, todo es extra. «¿Deseas viajar (también nos hablan de tú) con buena cara de nuestro personal? ¡Añade sonrisas por sólo 355 pesos!». Hemos permitido la humillación del hacinamiento a tal grado que un autobús de lujo se ha vuelto aspiracional. En este entorno de flagelación garantizada no falta el pasajero que escucha su celular o su tableta electrónica a todo volumen, sin ningún tipo de contemplación para los demás viajeros. Y qué tal el desconsiderado que habla en voz alta por teléfono mientras los demás nos enteramos de sus incumbencias. La aviación se hizo popular y la educación cayó en picada.
Si bien nunca hemos sido un país modelo de legalidad, antes había más respeto por la ley y las figuras de autoridad. Maestros, policías, los propios padres de familia, recibían consideraciones en función de su jerarquía. La falta de respeto a la ley inicia con pequeñas transgresiones y paulatinamente crece (ningún espacio más evidente para mostrar esto que lo que sucede en la vialidad). Por increíble que parezca, quedan algunos oasis de legalidad. Mi amigo Alberto (que es futbolero y cuyo equipo favorito, de revelarlo, haría que recibiera una sonora rechifla) aporta una muestra en donde la ley funciona. Comenta que la figura del árbitro sigue siendo respetada por los jugadores; quien agrede a un nazareno es suspendido por un año. Tiene razón, un caso en donde no hay impunidad y se ejerce la ley.
Sin duda la sociedad de hoy es más heterogénea y hay más libertades que antes. Lo que ayer era una falta de respeto, tristemente hoy ha dejado de serlo. Más que progreso es una evolución (o involución). El punto es si esto nos ha llevado a ser una mejor sociedad, con una mejor convivencia.
Ojalá el futuro tenga una dosis de pasado.
@eduardo_caccia