Para mi hermano Antar, con afecto.
En un divorcio, el pago de una pensión alimenticia para la manutención de los hijos, es un plan B. El verdadero plan A, debe ser el de hacerse realmente responsable de las pobres creaturas, es decir, «batallar» con la crianza de las mismas: educarlas; hacerles de comer; llamarles la atención; ayudarles a hacer sus tareas y quehaceres; acostarlas y levantarlas temprano; cambiar pañales; comprarles ropa; convivir y jugar con ellas, etc. Y es debido a todo lo anterior, que es una atrocidad legal el querer obligar a un buen padre a que renuncie a su plan A y que, en vez de ello, tan sólo realice el correspondiente pago de alimentos (y, sobre todo, se le obligue, por ley, a tener que alejarse en demasía y para siempre de sus propios hijos). Todo ello, por supuesto, mientras que el padre, como ya lo decía, está plenamente dispuesto a cumplir con el mentado plan A, es decir, cuando el progenitor desea, justo al igual que la madre, educar y vivir con sus hijos, como Dios manda. Claro que podemos argumentar que la progenitora, justo de igual forma, tiene todo el derecho del mundo a ella tampoco renunciar al plan A y, por ende, tampoco hay derecho alguno, en este caso en particular, para que el Estado la obligue a ella, a punta de pistola, a pagarle a su ex esposo una pensión alimenticia para la adecuada manutención de los hijos de ambos, pero, sobre todo, a que el gobierno la imposibilite (nuevamente a punta de pistola) a convivir de forma basta nada menos que con sus propios hijos. ¿Entonces? ¿Cuál es la solución a tan complejo dilema (a cuando ambos progenitores están radicalmente en contra de llegar a convertirse en un plan B para con sus criaturitas)? Muy sencillo: una custodia compartida. Si ninguno de los dos padres divorciados, por fortuna, está dispuesto a convertirse en un triste y alienado plan B para con sus hijos (en aquella especie de tío lejano, condenado a convivir con ellos tan sólo una hora cada siete o quince días y nada más que eso), lo que procede entonces es optar por el menor de los males posibles: por la ya citada custodia compartida. Así los niños conviven un mayor tiempo con ambas figuras paterno-maternas y nadie se encarga de pagarle pensión a nadie, sino que cada progenitor se hace personalmente responsable de los alimentos y demás gastos que se generen bajo los periodos correspondientes a su respectiva custodia. Sin embargo, dentro de la lúgubre realidad actual, prácticamente el 75% de los divorcios dentro del primer mundo son iniciados por las mujeres, y como “premio” de ello, en cerca del 90% de los casos en los que el padre no está dispuesto a renunciar al ya citado plan A para con sus hijos (y no por amor a su dinero, sino por amor a su prole), la mujer logra holgada y exitosamente convertir a su ex marido, con la ayuda del Estado, por supuesto, básicamente en dos cosas: en una especie de cajero automático y, además de ello, en el ya citado tío lejano, con el que prácticamente ya nunca convivirá a profundidad su propia decendencia, lo que, como bien lo afirma con absoluta claridad la evidencia empírica al respecto, resulta en una verdadera catástrofe no sólo personal para el niño, sino familiar e incluso social. Esta trágica realidad es una de las tantas advertencias rotundas de la espiral hacia el infierno en la que actualmente se encuentra sumergido el occidente en su conjunto, por lo que debemos ser lo suficientemente valientes para denunciar y corregir a la brevedad posible tan calamitosa tendencia, o el resultado de nuestro silencio y cobardía al respecto te garantizo que será uno mucho peor que aquel que siquiera pudiéramos ser capaces de imaginar.