Decía el pensador, diplomático y politólogo florentino Nicolás Maquiavelo: “Donde hay buena disciplina, hay orden y rara vez falta la buena fortuna”. Sin embargo, existen palabras como “disciplina” y “honor”, que, además de ser desacreditadas por el pópulo, son rechazadas porque son temidas.
La incomprensión hace que el ser humano, en automático, desdeñe todo aquello que le resulta ajeno. La disciplina, de acuerdo con el diccionario de la lengua española, es la “observancia de las leyes y ordenamientos”. La disciplina es un hábito, una filosofía de vida a la que muchos rehúyen por ameritar de mayor dedicación y esfuerzo.
En cambio, la dispersión, entendida como: “Separar y diseminar lo que estaba o solía estar reunido”. Aunque el diccionario también la define de la siguiente manera: “Romper, desbaratar al enemigo haciéndole huir y diseminarse en completo desorden”. Desorden, sí, todo lo contrario, a la disciplina.
Por último, la misma fuente señala que dispersar es el acto de: “Dividir el esfuerzo, la atención o la actividad, aplicándolos desordenadamente en múltiples direcciones”. Esta última, como dijera aquél, queda como anillo al dedo para definir el papel de las fuerzas políticas de oposición que, desde hace casi cinco años, han brillado por su ausencia en la arena política nacional.
Si bien no puede decirse que no han hecho nada, su estrategia general, hasta el momento, ha sido, como bien señalara la senadora Beatriz Paredes, para la contención, es decir, para evitar el avance de las ocurrencias y desatinos con las que, mayormente, han gobernado quienes actualmente ostentan el poder.
Gobernar es un arte, diría el militar y político argentino Juan Domingo Perón, dicho sea de paso, viudo de Evita. Y aunque el arte se ve beneficiado con el aprendizaje de la técnica, la realidad es que el talento es nato en todo artista. Por tanto, cuando cualquier arte es forzado, no sólo no se disfruta, sino que se padece.
Suplico al amable lector que no entienda el párrafo anterior como una dedicatoria exclusiva a quien ejerce la facultad de gobernar actualmente, sino de todos aquellos que, pertenezcan o no al oficialismo, ignoran, olvidan o rechazan la idea de que gobernar es un arte. Entre ellos, los simpatizantes y militantes de los partidos de oposición.
Además del suscrito, múltiples voces en la región y en la nación entera nos preguntamos: ¿dónde está la oposición? Aclarando que no se trata de una mera actitud arbitraria, sino de un principio fundamental en la vida democrática de cualquier país: el sistema de contrapesos. O, para una mejor comprensión, del equilibrio de fuerzas.
Y es que, como hemos de recordar, la separación de poderes, así como la participación de las minorías en las decisiones públicas, emanan del principio de representatividad esencial. Es decir, si bien la democracia es la elección de las mayorías, el ejercicio del poder público debe de ser equitativo para todos.
De ahí la importancia de que se expresen voces que no necesariamente comulguen a cabalidad con el partido político que ejerza el poder, sino que dan voz a quienes se sienten identificados con ideas, concepciones o proyectos distintos al del gobierno en turno.
Lamentablemente, para los ciudadanos que se identifican con ideologías distintas a las oficiales, en lugar de agruparse, parecen un archipiélago. Islotes cercanos, pero sin cohesionar. Que hacen esfuerzos que se diluyen ante la avasalladora presencia de los partidos que conforman la coalición en el poder. Así, si algo ha caracterizado y caracteriza a los dirigentes, actores e institutos de la oposición actual es la dispersión y carencia de rumbo.
Post scriptum: «De la conducta de cada uno, depende el futuro de todos”, Alejandro Magno (356 – 323 a. C.).
* El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).