Triste, muy triste, la deriva de uno de los bancos históricos de México. Con malas decisiones, el grupo estadunidense Citi lo llevó de ser el primer/segundo lugar del sistema financiero mexicano, al cuarto.
Fue ahí cuando los neoyorquinos decidieron tirar la toalla y venderlo. Pero esta transacción también ha resultado en un fracaso.
Ayer, Citi anunció que suspende el proceso de subasta del banco, donde quedaba un solo posible comprador, el grupo liderado por Germán Larrea. Ahora venderá sus negocios de consumo y banca empresarial por medio de una Oferta Pública Inicial (OPI) en la Bolsa de Valores en 2025, es decir, el próximo sexenio.
Termina, así, lo que desde un principio fue un proceso muy accidentado. En lugar de acercarse a posibles compradores interesados y llegar a un acuerdo privado, Citi anunció públicamente la venta de Banamex convocando a una subasta de los interesados. Al hacerlo de esta forma, le dio un gran poder de veto a la administración de López Obrador.
Yo entiendo que la venta de un banco como Banamex implica conseguir el consentimiento del gobierno por la gran cantidad de permisos y regulaciones que están en juego. Se requiere, por tanto, una operación política muy fina. Sin embargo, al hacer tan público el proceso, el gobierno federal se metió hasta la cocina. Era previsible, sobre todo cuando estamos hablando de alguien como López Obrador, que no desperdicia oportunidad alguna de destacar.
Para reafirmar su convicción nacionalista, AMLO vetó que cualquier banco extranjero pudiera participar en la compra de Banamex. La condición era que mexicanos se quedaran con él.
Con eso dejó afuera a varias instituciones que, potencialmente, eran buenas opciones para Banamex (Santander, Scotiabank, HSBC, por ejemplo). El universo de posibles compradores se redujo. ¿A quiénes? Fundamentalmente a los “sospechosos usuales” del capitalismo de cuates mexicano. Ellos eran los que tenían el capital y las palancas para pujar por Banamex.
Al final, quedó uno solo: nada menos que el segundo hombre más rico de México, Germán Larrea.
La operación, sin embargo, no terminaba por cerrarse. Y, entonces, la venta de Banamex se politizó aún más.
El Presidente ordenó que la Marina ocupara “temporalmente” las instalaciones de una de las empresas ferroviarias de Larrea. Esto con la intención de presionarlo para que aceptara la expropiación, y una indemnización mínima, de 120 kilómetros de vías férreas en el Istmo de Tehuantepec.
¿Tendría Larrea el apetito de seguir comprando Banamex cuando le estaban expropiando una de sus empresas tomada por militares?
El rumor comenzó a esparcirse: Larrea se echaría para atrás, dándole un golpe a la imagen del gobierno de AMLO que, por un lado, expropia una de sus empresas usando las Fuerzas Armadas y, por el otro, pretende que el afectado desembolse siete mil millones de dólares por un banco como si no estuviera pasando nada.
El Presidente desmintió el rumor, pero se le ocurrió decir que, si Larrea reculaba, el gobierno de México entraría a comprar Banamex en una asociación pública privada.
Supongo que esa fue la gota que derramó el vaso para los banqueros neoyorquinos de Citi. Claramente se encontraba en medio de la lucha de fuercitas entre Larrea y AMLO. Y a ningún financiero del mundo le gusta estar metido en conflictos políticos que pueden afectar el valor de sus empresas y su reputación. Por el tamaño de la operación que representa México para Citi, resultaba mejor suspender la venta del banco y esperar la llegada de un nuevo gobierno.
Todavía ayer, después de que le avisaron al Presidente que se posponía la venta de Banamex hasta el 2025, AMLO salió con la ocurrencia de que el gobierno podría comprarlo. Como si el banco fuera un tendejón y todavía estuviera en la mesa la opción de vendérselo al Estado mexicano. Citi ya había tomado la decisión (una OPI) y anunciado a los mercados internacionales. Aquí estamos hablando de un asunto serio, no de una payasada más de las mañaneras.
Es una pena: Banamex seguirá a la deriva. Ante la irresolución, algunos clientes abandonarán el barco para irse a otras opciones menos inciertas. Lo peor es la posible salida de directivos y gerentes que ya no le ven futuro a esta corporación. Se perderá capital humano, factor fundamental en el éxito de una institución bancaria. Los ganadores serán, desde luego, los competidores de Banamex, institución que probablemente quedará como un banco de media tabla después de todo este sainete. Triste historia. Eso pasa cuando decisiones económicas acaban politizándose de más.
- Twitter: @leozuckermann