El ser humano es una especie depredadora, su historia es de agresión egoísta contra la naturaleza creando condiciones catastróficas que han propiciado la desaparición de otras especies. El daño a la naturaleza crea peligros de supervivencia para si mismo, como la agresión contra las abejas que afecta la polinización y producción de alimentos.
Posiblemente la etapa capitalista ha sido la más dañina en el desarrollo de la humanidad y el ataque a la naturaleza. Ya sea la caza rapaz e insensata contra los bisontes, contra las ballenas, el asesinato masivo de focas o planear matar millones de canguros en Australia.
El capitalismo propició el traslado de especies vegetales y animales, muchas se volvieron invasoras, ya sea peces o árboles que se convierten en plaga. Interesante que se considera como plaga a “plantas, animales, insectos, microbios u otros organismos no deseados que interfieren con la actividad humana”, aunque el humano ha sido una plaga mortífera. Esas plagas se propician por la búsqueda de riqueza o poder. Esa es la discusión sobre el origen del virus del COVID 19 que ha costado 8 millones de muertos, muchos millones de enfermos y la disrupción de la vida cotidiana, la educación y la economía en el mundo.
En busca de ganancia y poder se agrede todo lo posible. La búsqueda de energía para la destrucción del otro llevó a fuentes de contaminación cancerígena, al igual que muchos herbicidas y fertilizantes que mientras buscan aumentar la producción matan a muchos en el camino, algunos de éstos fueron utilizados en Viet Nam para aniquilar al “otro”.
En el reciente Segundo Foro Estatal del Agua en San Luis Potosí organizado por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, se presentaron estudios sobre los flujos de agua subterránea afectados por el capitalismo, en especial actividades mineras y cañeras.
Los cañeros extraen agua de los ríos de forma incontrolada, afectan la vida acuática y alteran los cauces que llegan a las cascadas afectando el turismo e impactando a la gente que vive de él. Talan los montes para ampliar las zonas de cultivo, con lo que alteran el equilibrio que frenaba el agua facilitando su infiltración en la tierra para recargar los sistemas de agua subterránea cuyo flujo llega a las ciudades. El agua que corre por las laderas acarrea nutrientes debilitando los suelos y llevándolos a los cuerpos de agua alterando el equilibrio de vida, entre otras cosas, estimulan el crecimiento de especies invasoras.
Algunos de los ponentes mostraron los datos hídricos sobre los impactos de esa actividad económica, pero en el camino de Ciudad Valles a San Luis Potosí es evidente el avance en la tala inmoderada y grave deterioro ambiental. Pero ese ataque a la naturaleza tiene nombre.
El Grupo PIASA propietario de uno de los grandes ingenios en la Huasteca “representa –según reportan ellos- el 10 % de la producción total del país y el 35 % del tipo refinado, situándose en la zafra 2016-2017, como el primer grupo productor de azúcar de calidad refinada en México”. Los dueños de PIASA son embotelladores de Coca Cola, una de las bebidas responsables de la crisis de obesidad y diabetes que tenemos en el país. Así se completa el ciclo depredador de capitalismo y enfermedad: se agrede a la naturaleza para producir un producto nocivo a la salud.
El presidente municipal de San Luis Potosí declaró en el Foro que la experiencia de Monterrey se veía como una lección lejana, pero ahora la tienen a la vuelta de la esquina, en parte porque la presa y ducto El Rialito, demuestran una de las características del capitalismo que es la corrupción acelerada.
La presa El Realito fue construida en 2012 para asegurar el abasto de agua a Celaya y San Luis Potosí para un horizonte de 30 años y proteger los “acuíferos”, ahora tiene una fisura por la que escapan unos 600 litros por segundo agregada a las fallas en el ducto de agua (por lo menos 56), cada falla deja sin agua a una cantidad entre 280-400 mil personas. Felipe Calderón debe explicar porque una inversión de 5,000 millones de pesos tiene esas fallas.
San Luis Potosí tiene que reparar plantas de tratamiento de agua, activar y perforar pozos y echar mano de un flujo de agua cuya calidad se desconoce y por ende su impacto sobre la salud.
Yehezkel Dror alerta sobre los riesgos que enfrenta la humanidad para su destrucción y algunos se refieren a la enfermedad y alteración de la vida, que se hacen no con un propósito altruista, sino motivadas por ambición y egoísmo.
Este artículo pudo haberse titulado capitalismo y destrucción, aunque la enfermedad es parte de la destrucción.
Muchos ponentes del Foro repitieron la máxima: el agua es vida, pero para el capitalismo es un producto y víctima más del abuso de la ley de la ganancia.