La Suprema Corte de Justicia está cumpliendo con su responsabilidad histórica de salvaguardar el orden constitucional violado por el «Plan B», que imposibilitaría las elecciones libres. Aunque faltan otras resoluciones, la democracia mexicana resiste.

Pero ninguna democracia sobrevive sin libertad de expresión. Y en México esa libertad está en entredicho por el hostigamiento diario del presidente contra sus críticos, hostigamiento violatorio de varios derechos constitucionales. Tarde o temprano, los agraviados podrán defenderse en los tribunales. Algunos lo han hecho ya. Y es previsible que los juicios terminen en la Corte.

Entre tanto, vale la pena que los ministros recuerden el conflicto entre poderes que se suscitó en torno a un atropello a la libertad de expresión a principio de 1931. La Corte fue sumisa al Ejecutivo, pero hubo un solitario ministro, Alberto Vásquez del Mercado, que prefirió la renuncia a la ignominia.

Eran los tiempos del «Jefe Máximo», Plutarco Elías Calles, y el presidente Pascual Ortiz Rubio. «Acá vive el presidente -se decía, señalando el Castillo de Chapultepec-, pero el que manda vive enfrente».

Luis Cabrera, veterano de la Revolución, pronunció en la Biblioteca Nacional la conferencia «El balance de la Revolución». Su veredicto era veraz y doloroso: «la Revolución no ha resuelto ninguno de los problemas políticos del país». La prensa oficialista y la plana mayor del partido oficial se lanzaron contra él. El presidente Ortiz Rubio lo llamó «ave agorera al servicio de la reacción […] vendido a los enemigos […] escoria de la Revolución».

Finalmente, a principio de mayo el coronel Carlos Riva Palacio, secretario de Gobernación, dio la orden de detener a Cabrera y expulsarlo a Guatemala. De nada sirvieron los dos amparos promovidos en juzgados federales.

El 12 de ese mes el tema llegó al pleno de la Corte. Vásquez del Mercado -uno de los ministros más jóvenes de la historia de México, nombrado en 1928 a los 35 años- propuso acordar la separación inmediata de las autoridades responsables por desobedecer los mandatos de la justicia federal (que podían ser desde el presidente hasta el jefe de la Policía del Distrito Federal). Nadie lo secundó (aunque en privado sus colegas le daban palmadas). Al día siguiente, Vásquez del Mercado dirigió su renuncia al presidente Ortiz Rubio:

La reciente aprehensión y expulsión del país del licenciado don Luis Cabrera, llevada a cabo por autoridades dependientes del Poder Ejecutivo, desobedeciendo, al ejecutar el último acto, expresa orden de las autoridades judiciales federales, me ha traído el pleno convencimiento, por la frecuencia de hechos semejantes o idénticos, de la imposibilidad de lograr que la administración actual deje de cometer violaciones a los derechos y garantías que asegura a las personas la Constitución de la República. Esos actos rompen el equilibrio de los poderes que la misma Carta establece y nulifican la más importante y trascendental función del Poder Judicial, que es amparar y proteger a los individuos contra los abusos del poder.

Ortiz Rubio turnó la renuncia al Congreso, y le reprochó su actitud: «Es cómoda la posición en que se coloca un juez cuando, con el pretexto de supuestas transgresiones a la ley, renuncia a su encargo para adquirir efímera popularidad en el sector de la opinión pública oposicionista del gobierno constituido…» (curiosamente, en septiembre de 1932 Ortiz Rubio renunciaría a su puesto).

El Congreso aceptó la renuncia de Vásquez del Mercado en términos equívocos y lo llenó de insultos: «enemigo, traidor, indigno».

Desde Guatemala, Luis Cabrera escribió a su defensor:

Su renuncia […] es la liberación moral de un hombre que prefiere la modestia de la vida privada a la costosa responsabilidad de una magistratura en que no puede cumplir con la misión que se le había encomendado […] usted no cree en que la Justicia se conquiste a fuerza de prudencia, sino a fuerza de voluntad constante y perpetua […] Usted ha cumplido con su deber.

Conocí a don Alberto Vásquez del Mercado en octubre de 1970. Fue el primero de los «Siete sabios» que entrevisté para escribir mi libro Caudillos culturales en la Revolución mexicana.

Fue el único ministro de la Corte que ha renunciado a su cargo por motivos de coherencia ética.

Vivimos una vez más bajo la sombra del caudillo. Esperemos que, llegado el momento, la Corte reivindique simbólicamente a Vásquez del Mercado y ampare la libertad de expresión contra los abusos del poder.

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