Existe una extraña tríada histórica que no sólo define la vena existencial de Orizaba (sin duda una de las más importantes ciudades de todo el virreinato de la Nueva España), sino que, de forma curiosa, también logra balancearla internamente. Por un lado, la de su Santo Patrono (San Miguel Arcángel) y, por el otro, la de su trascendental historia político-económica.
La segunda de ellas tiene como eje central dos de las más grandilocuentes tragedias que sufriera la urbe a lo largo de toda su existencia, siendo una de ellas de orden político (ocurrida durante la segunda mitad del siglo XIX) y la otra, de orden económico (ocurrida a mediados y durante la segunda mitad del siglo XX).
La próspera ciudad de Orizaba fue la capital del Estado de Veracruz antes de que lo fuera Xalapa, aunque tan sólo durante un breve periodo de cuatro años (de 1874 a 1878), pues debido a una rebelión en realidad ausente de causas auténticamente laudables (así como llevada a cabo por Juan de la Luz Enríquez en contra del gobernador en turno), Orizaba termina por perder para siempre tan honroso nombramiento, situación que, hasta la fecha, el pueblo orizabeño suele lamentar amargamente.
Sin embargo, es posible que el segundo golpe sufrido por semejante territorio (el de orden económico y vigesímico) haya provocado a los habitantes de Orizaba, si no más daño emocional que la situación anterior, sí muchos mayores estragos tangibles e incluso cuantificables.
El fenómeno ocurre después del auge del sindicalismo mexicano post revolucionario, mismo que florece con fuerza avasalladora en semejante territorio y que, de manera simultánea, logra ejercer una presión laboral tan severa como creciente sobre todos los empresarios de la zona y que, de forma consecuente (y como era de esperarse), los lleva al infame y masivo éxodo industrial que sufriera la región de las altas montañas durante el siglo pasado, principalmente en dirección a la capital de la nación.
¿Y cuál fue el saldo final de semejantes acontecimientos? Por un lado, un más que considerable y continuo crecimiento económico no sólo de las ex empresas orizabeñas, sino también de aquellas ciudades que decidieron cobijar a semejantes industrias sin ejercer sobre ellas el excesivo yugo sindicalista al que las empresas en cuestión se encontraban sometidas en su ciudad de origen y, por el otro, semejante fenómeno económico llevó a Orizaba, de ser la cuarta ciudad de mayor importancia de todo el territorio nacional, a trágicamente convertirse en tan sólo un diminuto y moribundo pueblo, con una relevancia internacional e incluso nacional, prácticamente inexistente.
Sin embargo, las malas decisiones de los orizabeños del pasado (e incluso del presente), suelen ser curiosamente opacadas por la espada de la verdad y de la justicia que ostenta tan heroicamente su ejemplar Arcángel y santo patrono, pues cabe señalar que, dentro de la mitología y/o la teología judeo-cristiana, San Miguel suele jugar el papel del valiente y moral general de las cortes celestes, aquel angelical militar decidido, con milagroso estoicismo, a mantener su fidelidad incondicional para con Dios (a pesar de la, para él, incomprensible decisión de su amado Creador de haber concebido a una creatura tan inferior y perfectible como lo es el hombre y, por si fuera poco, la de haberlo colocado a él mismo -a tan hermoso y poderosísimo arcángel divino-, nada menos que a los pies de tan peculiar, diminuto y defectuoso animal racional).
Miguel Arcángel, entonces, asume, con inmensa fe, obediencia, amor y compromiso, la defensa prácticamente incondicional de la ya citada y más nueva invención del insuperable y perfecto ingeniero genético del universo, lo que lo lleva a enfrentarse valientemente tanto al vigoroso y casi invencible Luzbel (el príncipe de las tinieblas y el enemigo por antonomasia de Dios, de los ángeles y de toda la frágil humanidad en su conjunto), así como a todo su temible e interminable séquito de potestades rebeldes y auténticamente diabólicas.
San Miguel, entonces, es un recordatorio perpetuo para el orgulloso pueblo orizabeño de que este último, a fin de cuentas e incluso a pesar de sus antiguos errores económicos y/o de sus tragedias de orden político, ha sido en realidad bendecido con la mejor de las posibles tomas de decisión: la de asignar a Miguel como a uno de sus principales ejemplos a seguir (a aquel incondicional aliado de Dios que, aun sumergido en los infiernos destructivos de la duda, la tribulación y la tragedia, emergió y emergerá por siempre victorioso y avante, gracias precisamente a su íntimo amor, fidelidad y compañerismo para con Aquel que toda la gloria y todo el honor merece).