Muchos integrantes y epígonos del gobierno responsabilizan a “politiqueros” republicanos de Estados Unidos del actual deterioro de la tersura en nuestra relación con el vecino del norte. Dentro de los republicanos, culpan a sus afanes de reelección en noviembre por las supuestas ofensas de las que hemos sido objeto en las últimas semanas. López Obrador, por su parte, exculpa a Biden y traza, hábil pero cada vez más infructuosamente, un deslinde entre el presidente y los demás. Las tres afirmaciones son falsas, y sólo enturbian el entendimiento de lo que realmente sucede en la Unión Americana.
Para empezar, ni las críticas al gobierno por el tema del fentanilo, ni los reclamos por los ataques al INE, ni las denuncias por violaciones a derechos humanos o corrupción, ni los recursos por incumplimiento del T-MEC en materia energética o de maíz transgénico, son privativos de republicanos o de legisladores buscando la reelección. Unos seguramente sí se encuentran en esa situación, pero Lindsey Graham, por ejemplo, quien encabeza en el Senado la idea de designar a nuestros cárteles como organizaciones terroristas, no se volverá a presentar ante los votantes hasta 2028. Asimismo, aunque el informe anual de derechos humanos del Departamento de Estado se basa en los reportes de las embajadas y consulados, y lo elabora un “departamentito” de la Cancillería norteamericana, lo firma el secretario de Estado. El mismo Antony Blinken que ayer reconoció que los cárteles controlan parte de México, y no el gobierno. Huelga decir que Blinken no se manda solo: aunque no consulte todo con Biden, sí lo hace con el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, sobre todo antes de una comparecencia en el Senado. Y el que más guerra le da a López Obrador en materia de democracia y derechos humanos, Bob Menéndez de Nueva Jersey, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, no sólo es demócrata, sino que, a pesar de su origen cubano, es considerado como liberal por la clase política estadunidense.
Lo que sí puede alegar la 4T es que mientras haya ingenuos o policías buenos como John Kerry en Guelatao, podrán mantener la ficción de que el gobierno de Estados Unidos y su jefe Joe Biden no se han sumado a la oleada de críticas al régimen obradorista. A pesar de todas las presiones de distintos sectores dentro de la administración (DEA, USTR, Tesoro en materia de remesas), mientras Biden siga aterrado por un marielazo de AMLO, los policías malos seguirán en la penumbra y la línea provendrá de los incondicionales del mexicano.
El problema es que los policías siguen siendo policías: siempre encierran una dosis de maldad. Pueden infligirle daños importantes a México. Y todas las mentiras de López Obrador no lograrán atemperar esos daños. Es cierto que los pobres legisladores mexicano-americanos que lo visitaron este pasado domingo se quedaron impactados con la promesa del mexicano de hablar con los chinos sobre el fentanilo. O sea, va a aprovechar su excelente relación personal con Xi Jinping (a quien nunca ha visto, ni en cumbres, ni en visitas bilaterales), para explicarle que no debe ser mala onda y mandar precursores a México. Pero ya se enterarán que el presidente mexicano les tomó el pelo, por no decir que les vio la cara. Todos estos sectores no son decisivos, pero poseen un poder suficiente en Washington y en el resto del país para envenenarle la vida al gobierno de México, y al país en su conjunto.
Algunos empresarios y comentócratas creen que se puede —y en todo caso se debe— separar de tajo el ruido diplomático citado del proceso de nearshoring. Debemos volver a la compartimentación de antes, y explicarles a los inversionistas estadunidenses, y a nuestros críticos allá, que no revuelvan las cosas. Good luck with that.