Mucho se ha escrito sobre el calvario de viajar por el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Sí, cada vez está peor. Como usuario frecuente de esta terminal aérea, principalmente por razones laborales, lo puedo afirmar sin duda alguna. Hoy agrego a la lista de pesadumbres habituales el paso por migración cuando se arriba de un vuelo internacional, en particular el fracaso de nuestro Estado para utilizar tecnología que simplifique la vida a los pasajeros.
Durante el sexenio de Peña colocaron en el centro de la sala de Migración de la Terminal Dos unas mamparas. Algo estaban construyendo. Obvio, se tardaron una eternidad y, cuando finalmente se descubrió qué habían colocado, eran unas máquinas automatizadas para realizar por ahí los trámites migratorios. México se unía, así, a los aeropuertos más modernos del mundo donde ya era posible pasar más rápido gracias a la tecnología. Lo celebré. Duró nada la fiesta.
La primera vez que llegué del extranjero y vi que ya estaban funcionando las máquinas, quise utilizarlas para agilizar mi salida. Huelga decir que, como suele suceder, había una fila kilométrica para pasar migración en los módulos con agentes del INM.
Orondo, llegué a una de las máquinas y saqué mi pasaporte. Un joven me preguntó qué estaba haciendo. “Pues quiero pasar por aquí”, le respondí con un gesto de obviedad. “Está bien –me replicó– pero la máquina le va a dar un papel y luego se tiene que volver a formar para enseñárselo al oficial migratorio”. “¿Entonces de qué sirve pasar por acá?”, pregunté con incredulidad. “Pues eso depende de usted”, sentenció el joven, cual filósofo kantiano.
Evidentemente no usé la máquina y me formé en la larga fila para hacer el trámite a la antigüita. La nueva tecnología no servía de nada. Al revés, era redundante y estorbaba al ocupar gran parte del salón migratorio. Siendo mexicano, imposible no pensar que alguien en el gobierno peñista hizo un negociazo con estos aparatos inservibles.
Ahí se quedaron durante años. Monumentos al dispendio y la estupidez burocráticas. Hasta que este sexenio, las retiraron. Supongo que las vendieron como chatarra. Regresamos, así, a las colas para una atención personalizada. Y, aunque hay muchas casetas de control, en general hay poco personal durante horas pico en que llegan varios vuelos internacionales. Sí, se hacen largas colas. Por fortuna, la de mexicanos es más corta. Siempre me imagino qué han de pensar los extranjeros cuya primera experiencia en territorio nacional es perder tanto tiempo haciendo fila (lo mismo que pienso yo cuando me pasa eso en Estados Unidos, es decir, miento madres del vecino del norte).
Con la novedad que el gobierno de la 4T ha puesto seis nuevas máquinas automatizadas en la T2. Las pantallas gigantes en la sala migratoria enseñan una y otra vez el procedimiento para pasar rápido a mexicanos, estadunidenses y canadienses. Todo se hace a través de reconocimiento facial a partir del pasaporte. Una maravilla… salvo que no sirven.
No funcionaban la primera vez que quise utilizarlas. Había un técnico arreglándolas. “Bueno –pensé– estarán calibrándolas”. Al parecer no pudieron. Esta semana llegué del extranjero en un vuelo de madrugada. Había una enorme cola para pasar migración. Y las máquinas nuevas… cerradas. Eso sí, seguían enseñando el video de cómo usarlas para tener un trámite expedito. No pude más que pensar que eran un monumento perfecto de la 4T: pura propaganda sin resultados concretos.
Por cierto, el viacrucis migratorio en el AICM es similar en la Terminal Uno.
En otros países, ya es común la tecnología del reconocimiento facial con el fin de librar el control migratorio. Creo, incluso, que las máquinas tienen más capacidad de detectar a un individuo cuyo rostro no coincide con el del pasaporte que los agentes migratorios que llevan horas aburriéndose haciendo una y otra vez el mismo procedimiento. Ni qué decir que a las máquinas no se les puede sobornar en caso que un delincuente traiga un pasaporte falso.
Para salir a nuestra patria todavía hay que pasar por el control aduanero. Ahí también la burocracia va cambiando según sus humores. Hay veces que es muy sencillo, caminando por el pasillo de “nada que declarar”. Pero hay ocasiones en que todos tienen que meter su equipaje a unas incómodas y lentas máquinas para comprobar, supongo, que el pasajero no trae una bazuca, como si éstas no entraran a México por vía terrestre. En ese modo estamos ahorita. Mi única esperanza es que el humor burocrático cambie y vuelvan a retirar estas máquinas que, obvio, también producen una larga fila que hay que librar después de la de migración.
Twitter: @leozuckermann