Si bien la idea del amor, el enamoramiento y el romanticismo siempre han generado admiración, deseo y reflexión a lo largo de la historia de la humanidad, podemos aseverar que en fechas recientes el “amor romántico” se ha posicionado como objeto de estudio y análisis a mayor profundidad, sobre todo en estas fechas y con más ahínco en los grupos académicos con perspectiva de género, pues a pesar de que se puede abordar desde diferentes posturas y después de haber pasado por distintas etapas de percepción, entendimiento, experiencia y aprendizajes, cada vez es más claro que es el sustento de la violencia machista para mantener a las mujeres cautivas por voluntad propia.
Para asimilar eso, es importante tener presente que nuestra concepción del amor está construida y determinada por la cultura a la que pertenecemos, pues aunque esta categoría (amor romántico) nos remite a pensar en el sentimiento del “amor” y en la práctica del “romance”, también hay que dar cuenta que estos conceptos se han entendido y conjugado de manera diferente a lo largo de la historia.
En la antigua Grecia se conocía al amor como fuente de desgracia, en el siglo XI se le llamaba “amor cortés”; después llegó el “amor burgués”, el “amor victoriano” y finalmente en el siglo XVIII el concepto de “amor romántico”. Punto y aparte de las teorías de enfoque biologicista que sostienen que las hormonas determinan los comportamientos relacionales en la vida humana, el estudio sobre cómo vivimos y comprendemos el amor, así como su impacto en la sociedad, es en realidad de época reciente. De acuerdo con la doctora Coral Herrera (2011), fue hasta principios del siglo XXI que los estudios del amor interpelaron los trabajos feministas y se reconoció su influencia en todos los cambios sociales, políticos y económicos de una época determinada.
Lo anterior explica por qué aún tenemos arraigado el “tipo ideal” del amor como algo omnipotente, que complementa, que nos salva, que nos sana y que es fundamental para la existencia de las personas; sin embargo, la realidad es muy distinta. Diversos estudios y entrevistas a mujeres han demostrado que el amor (y no necesariamente el de pareja) es el foco de sus vidas porque durante su proceso de socialización han sido construidas y configuradas para entender al amor como un aspecto crucial en cualquiera de sus dimensiones, ya sea en la ideológica, cognitiva, simbólica, relacional, entre otras. Caso contrario al de los varones, a quienes se les inculca un ocultamiento emocional para poder desarrollarse en otros aspectos de sus vidas, como en el ámbito profesional.
Gracias al trabajo de diversas mujeres estudiosas del tema como Marcela Lagarde, Coral Herrera, bell hooks, Kate Millet, Liliana Mizrahi, Clara Coria, Robin Norwood, Eva Illouz y Pilar Errázuriz Vidal podemos enlistar las siguientes verdades respecto al amor romántico:
El modelo del amor romántico normaliza las relaciones de desigualdad entre hombres y mujeres, por lo que es un factor de riesgo, sobre todo para las mujeres en tanto que se configura como un juego jerárquico, injusto y violento. “Constituye una de las principales causas de la brecha existente entre varones y mujeres, así como una de las prácticas culturales que obligan a la mujer a aceptar (y “amar”) su propia sumisión” (Illouz: 2012).
El amor romántico se ha construido con base a la ideología hegemónica de un momento histórico particular y actualmente se define a través del capitalismo y el patriarcado.
Lo romántico es político. “(La pareja) conjunta lo público y lo privado, en ella se unen lo social y lo personal en ámbitos que abarcan la intimidad afectiva y sexual, el contacto cuerpo a cuerpo, la convivencia, la corresponsabilidad vital, la economía, el erotismo, el amor y el poder” (Lagarde, 2001).
Es notoria la influencia del cristianismo en nuestra manera de vivir las experiencias amorosas. La doctora Coral Herrera ha resaltado cómo la cultura cristiana nos ha transmitido la pasión del sufrimiento, que consiste en creer que para conseguir el amor verdadero (el de Dios) hay que sufrir mucho y vivir con culpa. También, Chimamanda Ngozi Adichie en su libro Todos deberíamos ser feministas menciona que las mujeres hemos sido educadas para tener vergüenza de nosotras mismas. Liliana Mizrahi (2003) nos muestra que gracias a la cultura sacrificial y a la fetichización de la culpa, a las mujeres se les confunde y paraliza, por lo que en muchas ocasiones quedan inhibidas para luchar por sus derechos.
El amor romántico es parte de “los cautiverios de las mujeres”. Mediante la exploración de una antropología de la mujer, la doctora Marcela Lagarde (2005) nos habla de las mujeres, madresposas, monjas, putas, presas y locas como referentes simbólicos de estereotipos sociales y culturales que reflejan la condición de opresión femenina en detrimento del poder de las mujeres y en beneficio del patriarcado.
Por eso, se debe emprender un proceso personal y social sobre la “deconstrucción del amor romántico”. Hay que preguntarnos qué queremos del amor, qué tenemos disposición de dar, qué se puede negociar y qué no. Tenemos que aprender a vivir sin depender, a ejercer nuestra libertad, a no tener miedo de la soledad. De alguna forma, podemos ver que las relaciones amorosas están cambiando, pero esto no significa que se haya instaurado un “amor confluente” (Giddens:1992) que dé por terminadas las desigualdades entre hombres y mujeres en el amor y la sexualidad.