Para Guillermo Sheridan.
La reversión democrática está en marcha. Entre las señales ominosas, dos me parecen particularmente graves. La primera es el acoso diario del poder a la libertad de expresión. Convertida en una gigantesca maquinaria de propaganda, la presidencia no solo busca imponer su visión de la realidad sino que condena a cualquiera que discrepe. El resultado está a la vista del mundo: ejercer la crítica y el periodismo en México se ha vuelto, como nunca antes, un ejercicio de alto riesgo. La segunda razón de alarma es la reforma del Congreso a la legislación electoral y la consiguiente mutilación del INE.
Atravesamos sin duda por un período incierto y peligroso. Pero la democracia mexicana sobrevivirá, no por un milagro sino por una realidad irreversible: el despertar de la conciencia democrática.
Ha sido sorprendente. Toda nuestra historia conspiraba para que siguiéramos dormidos. Los elementos centrales de nuestra cultura política eran contrarios a la división de poderes característica de toda república, pero nos parecía natural. Salvo los breves paréntesis de la República Restaurada y los quince meses del gobierno maderista, la regla con el Poder Ejecutivo fue el servilismo del Legislativo y el cautiverio del Judicial. Siempre hubo márgenes de respiro, pero en los medios masivos la libertad de expresión estaba acotada por la autocensura mientras que la de elección permaneció secuestrada ochenta años.
Muy pocos veían la anomalía: uno que otro liberal fuera del sistema (Cosío Villegas) o dentro de él (Reyes Heroles), el PAN (que «bregaba eternidades») y unos cuantos intelectuales de izquierda (Bassols, Heberto Castillo). Hasta mediados de los años ochenta, la clase intelectual y académica seguía fija en los diversos paradigmas de la Revolución socialista, y despreciaba la democracia «burguesa» y «formal».
Con el fin de siglo, una afortunada convergencia de factores internos y externos incidió para que los ciudadanos conquistáramos la democracia. México se modernizó y cambió de régimen. Entre 2000 y 2018 el presidente debió negociar con el Congreso y respetar al Judicial. Los medios de comunicación masiva se abrieron a la crítica y aun a la sátira del poder. La radio y el periodismo usaron su libertad como nunca desde tiempos de Madero. Nacieron nuevas instituciones de vigilancia y regulación. El pilar del nuevo orden democrático fue el Instituto Federal Electoral, respetado por la ciudadanía que aprendió a asumirlo, valorarlo y cuidarlo.
El nuevo régimen democrático no garantizaba que los sucesivos gobiernos fueran buenos (no lo fueron). Solo aseguraba la libertad de los ciudadanos para criticarlos y en su caso cambiarlos, en los plazos y con las reglas constitucionales. Con esa libertad y amparado en ese derecho, el votante refrendó por un margen estrecho al PAN en 2006, dio una nueva (y última) oportunidad al PRI en 2012 y optó resueltamente por Morena en 2018.
Por desgracia, el designio explícito del actual gobierno ha sido la vuelta a un régimen, no solo antidemocrático, como el anterior, sino caudillista. El presidente no oculta su voluntad de poder absoluto y un sector mayoritario del Congreso lo sigue -como en tiempos de don Porfirio- «hasta la ignominia». Uno a uno, todos aquellos avances están siendo revertidos.
¿Qué ocurrirá con la libertad de expresión? Sería deseable que los afectados por el ataque presidencial buscaran colectivamente el amparo de la justicia. Pero quizá el capítulo previo es la salvaguardia del INE. Si, como parece, el Congreso terminará por avalar el Plan B «sin quitarle una coma», la responsabilidad de declarar su inconstitucionalidad recaerá en la SCJN. ¿Se atreverá a hacerlo, no solo de manera sustancial sino oportunamente? Ojalá. La opinión pública estará muy pendiente. Es muy distinto monitorear el voto de cientos de diputados y senadores que el de once ministros cuya visibilidad actual es enorme.
Si la SCJN falla, quedaremos nosotros: la legión ciudadana. Seremos cada vez más. Marcharemos pacíficamente, una vez más. No predicaremos el odio. Nos apegaremos a la razón, la verdad objetiva y el derecho. Nos acompañarán periódicos y medios que aún se atreven a ejercer su libertad. Estaremos activos en las redes sociales. Encontraremos eco en los medios del mundo. Apoyaremos a quien encabece la oposición si adopta un programa de reconstrucción y concordia. Alentaremos la celebración de debates. Argumentaremos y quizá persuadiremos. Vigilaremos las elecciones.
Gane quien gane, no renunciaremos a la democracia. Maltrecha y todo, prevalecerá.
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