Nunca, en la historia, la izquierda había gobernado a las cinco economías más grandes de América Latina: México, Argentina, Chile, Colombia y Brasil, con el triunfo de ayer de Lula da Silva. Interesante giro político.
Claro que hay diferencias importantes entre estos países. En México, es muy cuestionable calificar de izquierda al gobierno de López Obrador y su militarización. A Argentina la gobierna el peronismo, un movimiento histórico que igual va hacia la izquierda que a la derecha. En Chile llegó al poder una clase política nueva, muy joven, producto de la movilización social de grupos que se sintieron excluidos del éxito del neoliberalismo. Colombia está gobernado por un exguerrillero con una agenda muy ambiciosa de cambio.
En Brasil regresa por tercera vez Lula a gobernar. Lo hace en una nación muy dividida. Ha ganado con 51% de los votos frente al 49% de Bolsonaro. La gobernabilidad será difícil ya que el nuevo mandatario no tendrá mayoría en el Congreso ni podrá echar a andar, de nuevo, un sistema de sobornos a legisladores para conseguir sus votos. Tendrá marcaje personal de Bolsonaro, quien podrá lanzarse como candidato presidencial en cuatro años.
Los izquierdistas deben celebrar, pero también ser cautos.
El mundo está pasando por momentos críticos y cada una de las coyunturas de los países es muy complicada para lograr lo más importante de cualquier gobierno: producir buenos resultados.
Esto no se le puede olvidar a la izquierda, que suele ser muy buena en la oposición, pero mala gobernante.
Lo más importante, para los cinco países de izquierda, es hacer crecer sus economías. No está fácil en el contexto actual. En todo el mundo, los bancos centrales están subiendo las tasas de interés con el fin de controlar la inflación. El dinero caro desincentiva la inversión y ralentiza el crecimiento económico.
Así que los gobiernos de López Obrador en México, Alberto Fernández en Argentina, Gustavo Petro en Colombia, Gabriel Boric en Chile y Lula en Brasil deben ser más cuidadosos con su retórica. No asustar a los capitalistas nacionales y extranjeros. Pero, además, tomar decisiones que demuestren que no están peleados con la economía de mercado.
En pocas palabras, deben ganarse la confianza de los inversionistas privados. Les cuesta trabajo porque a menudo les gana una ideología izquierdista más revolucionaria que reformista.
Si no logran hacer crecer la economía, adiós a la pretensión de combatir la pobreza y la desigualdad. Sin crecimiento no hay más dinero público para programas de transferencias en efectivo, ni se diga para políticas sociales que generan movilidad como la educación y salud públicas y de calidad.
Sin crecimiento, los gobiernos progresistas fallarían miserablemente en su principal objetivo, que es lograr una sociedad más justa.
La gente en los cinco países estuvo dispuesta a votar por la izquierda porque estaba harta de la corrupción de los gobiernos pasados. En mayor o menor medida, esto ocurrió en todos ellos.
Pero la izquierda en Brasil, que ya gobernó con Lula y Dilma Rousseff, se vio involucrada en una serie de escándalos de corrupción que los hizo perder el poder e, incluso, que encarcelaran al hoy presidente electo. En el caso de la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, también está involucrada en actos de corrupción. No me voy a meter a discutir si son justas o no estas acusaciones. Lo importante es que cambiaron las percepciones dejando la idea de que también la izquierda se había corrompido.
Por eso, los gobiernos de izquierda en Latinoamérica deben ser muy quisquillosos en la transparencia y el combate a la corrupción, a fin de diferenciarse de sus adversarios.
A esto hay que sumar la agenda izquierdista en temas identitarios. La protección de minorías utilizando criterios de paridad, plurinacionalidad y plurilingüismo y el uso de acciones afirmativas. Todo eso está perfecto. Pero, como se vio en Chile recientemente, las sociedades puede ser refractarias a estos cambios.
Finalmente está el asunto de cómo encarar el tema del cambio climático. Lula ha prometido regresar a políticas que cuiden más al Amazonas. Petro trae una agenda agresiva para sustituir las energías fósiles. A López Obrador, en cambio, le fascinan los hidrocarburos y le vale un pepino el cambio climático.
El electorado latinoamericano se ha movido hacia la izquierda. Está bien. Para eso sirven las democracias. Ahora los izquierdistas deben demostrar que no sólo son buenos opositores, sino mejores gobernantes que producen resultados tangibles para la sociedad.
Twitter: @leozuckermann