El odio es un viajero en el tiempo, capaz de trascender fronteras. Y como la emoción es el pegamento de la memoria, quiero suponer que Hadi Matar, joven norteamericano presuntamente afecto al extremismo islámico, despertó antier más enojado que de costumbre. Rumbo al evento quizá escuchó de nuevo aquellas palabras del ayatolá Jomeiní transmitidas en 1989 por Radio Teherán:
«Estoy informando a todos los valientes musulmanes del mundo que el autor de ‘Versos satánicos’, un texto escrito, editado y publicado contra el Islam, el Profeta del Islam y el Corán, junto con todos los editores y editoriales conscientes de su contenido, están condenados a muerte».
Mientras Salman Rushdie se disponía a hablar, los músculos del chico se tensaron, su cerebro liberó químicos a modo de una inyección de energía. Sacó un cuchillo entre sus ropas y apretó las manos, aguardando el momento oportuno.
«Hago un llamamiento a todos los musulmanes valientes, dondequiera que se encuentren en el mundo, para que los maten sin demora, para que nadie se atreva a insultar las creencias sagradas de los musulmanes en lo sucesivo».
Su corazón aceleró el bombeo, sintió los golpes de respiración y una corriente de sangre invadirle el cuerpo en preparación para la acción. Su atención se concentró en Rushdie y nadie más.
«Quien muera por esta causa será mártir, si Dios quiere. Mientras tanto, si alguien tiene acceso al autor del libro pero es incapaz de llevar a cabo la ejecución, debe informar a la gente para que sea castigado por sus acciones».
En perfecta coordinación biológica, una carga de adrenalina disparó la instrucción definitiva. El córtex, parte racional de su cerebro, sucumbió ante la amígdala. Hadi se lanzó contra el autor de Los versos satánicos y lo apuñaló en el escenario ante la incredulidad de los asistentes. La fatwa alcanzaba su destinatario más de tres décadas después. El agresor heredó el odio añejado por generaciones, lado oscuro de la condición humana. Su reacción tiene la misma estructura de aquellos que prendieron fuego a una vecina o de quienes provocan terror incendiando vehículos.
Daryl Davis tiene una respuesta al odio que ensombrece la existencia humana. Cuando era niño sufrió un ataque mientras desfilaba como boy scout en Massachusetts; su primer pensamiento fue que los agresores no simpatizaban con aquella institución. Sus padres le explicarían luego que fue por su color de piel, entonces conoció el racismo. La irracionalidad del incidente pudo haber gestado en él odio y resentimiento profundos; decidió encararlo de forma inédita. Hizo una pregunta fundamental: «¿Cómo puedes odiarme si no me conoces?». Se convirtió en músico y en cierta ocasión que tocaba el piano en un bar de blancos, uno de ellos se le acercó para decirle: «Es la primera vez que escucho a alguien tocar tan bien como Jerry Lee Lewis». Davis le explicó que Lewis había aprendido a tocar del mismo lugar: los blues de negros, incluso le dijo que era amigo de Lewis. El blanco no le creyó, pero le gustó tanto cómo tocaba que le invitó un trago en su mesa y le dijo: «Es la primera vez en mi vida que brindo con un negro». Le hizo una confesión mayor: «Soy parte del Ku Klux Klan».
Increíblemente, se hicieron amigos. Davis le pidió datos de contacto para hablar con los líderes del KKK. Su persistencia consiguió un inédito encuentro con el líder estatal, Roger Kelly, a quien entrevistó bajo el argumento de que estaba haciendo un libro sobre la organización (sin advertirle su color de piel). En esa entrevista Davis se dio cuenta de que la ignorancia produce miedo y el miedo produce odio, y éste provoca destrucción. Davis se ganó el respeto de Kelly, quien tiempo después se convirtió en líder nacional del KKK, y quizá el primer dirigente de esa jerarquía en departir socialmente en casa de un afroamericano: Daryl Davis. El hecho de haberse conocido hizo que estos dos hombres, «antagónicos», tuvieran una relación amistosa. Con el tiempo Kelly renunció al KKK y le regaló a Davis (como el luchador que obsequia la máscara a su rival) la indumentaria que usaba en los mítines. La conversación, las coincidencias y la empatía rompieron sentimientos negativos arraigados por años.
Insospechados caminos tiene el odio, también su destrucción.
@eduardo_caccia