En las campañas presidenciales, los candidatos prometen y se comprometen con propuestas serias, y con todo tipo de disparates: en México, en Francia, en Chile, en Estados Unidos y ahora en Colombia. No se deben tomar muy en serio todas, pero algunas sí, por lo menos como síntomas de dolencias raras, o como anuncios de lo que viene, si ganan.
No debemos tomar al pie de la letra cada una de las ocurrencias del excéntrico candidato de centro-derecha, populista (whatever that means) y septuagenario en Colombia, Rodolfo Hernández, que pasó a la segunda vuelta y va adelante en las encuestas. En primer lugar, porque no es seguro que gane. Y enseguida porque puede abandonar muchas de ellas cuando llegue al poder, al comprobar que algunos de sus planteamientos programáticos son sencillamente inviables, como le sucedió a López Obrador, por ejemplo, con la venta del avión presidencial. Puede no usarlo; no pudo venderlo.
Hernández parece ser un fiel seguidor de López Obrador, salvo en las propuestas progresistas que enarbola: aborto, legalización de matrimonios gay y de la marihuana. Sin embargo, varias de sus demás posturas, en buena medida delirantes, o bien claramente provienen del igualmente excéntrico mandatario de nuestro país, o bien parecen inspiradas en su gestión. Enumero algunas: 1) Cerrar las oficinas y residencia presidenciales —la Casa Nariño— y convertirla en museo. No se sabe bien adónde irán a parar los que trabajan allí; tal vez a Bucaramanga, su ciudad natal. 2) Quitarle vehículos a los legisladores, para ahorrar dinero. 3) Cerrar embajadas o entregarlas a colombianos que ya residen fuera, por ejemplo en México, para ahorrar en pasajes y menajes de casa. 4) Vender el avión presidencial. 5) Que todos los colombianos vayan al mar, para conocerlo, y saber cómo piensan los ribereños, a diferencia de los de la sierra o la selva. 6) Crear un instituto de devolución de lo robado. 7) Hacer del combate a la corrupción el eje de su gobierno: “La corrupción es una enfermedad que sólo puede curarse con cirugía y sin anestesia”. 8) Celebrar una conferencia de prensa cada mañana, con cien participantes de los medios y cien ciudadanos.
No está claro que Hernández sea un Bucaram, de notoria fama ecuatoriana, o un López Obrador caribeño. Algunas de sus visiones para Colombia son avanzadas y sugerentes. Su estilo es, como el nuestro, folclórico, y la separación entre forma y fondo en el trópico es tenue. Pero sería interesante saber qué piensan los partidarios de la 4T al comprobar qué tan fácilmente un adversario de la izquierda colombiana, tan cara a la izquierda mexicana, puede adoptar las posturas de su héroe nacional. Y qué tan ridículas parecen cuando las abraza un aspirante a la presidencia —y tal vez un mandatario— en un contexto diferente, permitiendo abstraernos del ya clásico: “Sí, pueden ser payasadas, pero la gente lo quiere y es la primera vez que hay un presidente que habla por la gente”.
Hernández puede perder. Si gana, puede perfectamente abandonar muchas de sus ideas absurdas, de la misma manera en que Pedro Castillo del Perú no pudo salirse de la Casa Pizarro (Los Pinos de Lima) por razones jurídicas y prácticas. Y si las realiza, pueden traerle popularidad. ¿Hará todo esto de él un buen presidente? Tal vez, en cuyo caso Morena debiera pensar en abandonar a Gustavo Petro y apoyar al exalcalde de Bucaramanga, ya que se parece como una gota de agua a su líder máximo.