El Programa Nacional de Solidaridad (PRONASOL), fue una respuesta a las necesidades sociales emanadas de las crisis económicas que surgieron del mal manejo de los gobiernos de Luis Echeverría (1970-1976), José López Portillo (1976-1982), y Miguel de la Madrid (1982-1988). Durante su primer año de gestión, específicamente el 6 de diciembre de 1988, cinco días después de iniciar su sexenio, Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), decidió poner en marcha PRONASOL.
En palabras de Carlos Rojas Gutiérrez, quien fuera el responsable de su operación: “la unidad y participación de todos (los sectores de la sociedad mexicana) es el mayor recurso del país”. De ahí que el lema que identificó a la iniciativa del expresidente Carlos Salinas fuera: “Unidos para progresar”. Como dijera el Chapulín Colorado: todos sus movimientos fueron fríamente calculados.
Así, dicho programa se fue presidido por el propio Salinas de Gortari y se integró por los titulares de las Secretarías de Hacienda, de Comercio y Fomento Industrial (hoy de Economía), Desarrollo Social, Educación Pública, Agricultura y Recursos Hidráulicos (hoy SAGARPA), Salud, Trabajo y Previsión Social, además del Instituto Mexicano del Seguro Social, la extinta CONASUPO (Compañía Nacional de Subsistencias Populares), el Instituto Nacional Indigenista, entre otros.
Solidaridad perseguía tres objetivos: mejorar la calidad de vida, elevar la productividad y favorecer el desarrollo regional. Fue la concepción original de la cual surgieron segundas versiones o refritos como PROGRESA con Ernesto Zedillo (1994-2000), Oportunidades con Vicente Fox (2000-2006), Vivir mejor con Felipe Calderón (2006-2012), PRÓSPERA con Enrique Peña Nieto (2012-2018), y, aunque usted no lo crea, Bienestar con Andrés Manuel López Obrador (2018-2024).
Ninguno inventó el hilo negro, ni fueron más ambiciosos que el primero. Lamentablemente, tampoco lograron erradicar la desigualdad, ni la falta de oportunidades o detonar el progreso social. Eso sí, todos han sido -y son- sumamente efectivos como técnicas de clientelismo electoral.
Por otro lado, PRONASOL fue una estrategia que buscó fortalecer la organización y participación ciudadana. Tan fuerte e influyente fue dicho programa, que el propio partido oficial, del cual emanó el presidente en turno, llegó a temerle. Pensar en los Comités de Solidaridad como caldo de cultivo para formar un nuevo partido político hizo pensar dos veces a quienes, en ese momento, ostentaba el poder partidista.
Como todo, el programa tuvo sus bemoles, sin embargo, el nombre fue uno de los grandes aciertos, pues solidaridad es una palabra que detona valor, responsabilidad, sensibilidad y generosidad. Solidaridad es un término que implica adherirse a una causa o proyecto en el cual se cree. Una palabra muy necesaria en estos tiempos de individualismo.
Solidaridad fue una nueva manera de hacer las cosas. Una política pública que incentivó la corresponsabilidad entre los gobernantes y los gobernados. Es decir, una herramienta que procuró enseñar a pescar, en lugar de solo dar el pescado.
Actualmente, la solidaridad, como palabra y como valor, es una filosofía un tanto descuidada, por lo que bien valdría la pena practicarla día con día. Después de todo, la mejor manera de tener un buen gobierno es siendo buenos ciudadanos y, aunque pareciera una labor titánica, para ser buenos ciudadanos solo debemos concentrarnos en hacer lo que nos toca y, si podemos y queremos, un poquito más. Ser solidarios y no solitarios. Sin embargo, y como dijera el buen Cantinflas, ¡ahí está el detalle!
Post scriptum: “Casi todas las cosas buenas que suceden en el mundo, nacen de una actitud de aprecio a los demás”, Dalai Lama.
* El autor es candidato a doctor en Derecho Electoral y asociado individual del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).
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