Jacobo Grinberg-Zylberbaum, mexicano, desapareció misteriosamente a finales de 1994. A sus 47 años había publicado medio centenar de libros sobre sus observaciones como psicólogo y neurofisiólogo. Motivado por descubrir cómo percibimos la realidad, tuvo la osadía de transgredir los cánones científicos para mezclar la neurofisiología, la mecánica cuántica, con estudios chamánicos y místicos, brujería, meditación, telepatía y más, lo que le valió el desprecio de una parte de la comunidad científica mexicana. Sobre sus observaciones y para explicar su pensamiento disruptivo, escribió: «…me han obligado a revisar, vivir y explorar áreas del conocimiento humano que en apariencia son disímiles e incluso contradictorias entre sí, pero a la luz de la pregunta que me planteé, me han parecido complementarias y mutuamente enriquecedoras…».

Loco para algunos, genio para otros, los trabajos de Grinberg escapan a mi comprensión y al alcance de este escrito. Como creyente en la convergencia e integración de pensamientos y disciplinas, me resulta enriquecedor el caso. A diferencia de lo interdisciplinario: suma de datos, métodos, herramientas, conceptos y teorías de dos o más disciplinas, y de lo multidisciplinario: yuxtaposición de diferentes disciplinas sin necesariamente integrar hallazgos, el pensamiento de Grinberg es transdisciplinario: cruza las fronteras de diferentes dominios y desarrolla un nuevo marco teórico integrando todo bajo una nueva forma. Así nació su Teoría Sintérgica (lo más parecido que he escuchado a The Matrix, propone que existe un continuo espacio de energía y que el humano común sólo puede percibir una parte de éste). Al rigor científico le cuesta trabajo aceptar la ruptura de fronteras y paradigmas, quizá eso explique por qué tantos descubrimientos y postulados han sido denostados en su momento y aplaudidos después.

Alfred Wegener propuso (en los inicios del siglo XX) que los continentes se mueven despacio. Los científicos de la época lo rechazaron. En 1960 se aceptó que estaba en lo correcto. Ignaz Semmelweis publicó algo descabellado para su época: lavarse las manos salva vidas. Instó a sus colegas a limpiar sus manos antes de tocar pacientes. No conoció los gérmenes y no pudo fundamentar su observación. Se deprimió y fue enviado a un asilo para enfermos mentales, donde murió. Gregorio Mendel fue precursor de la genética, su trabajo se reconoció 34 años después de haber sido publicado. Nicolás Copérnico fue ridiculizado, perseguido, enjuiciado y condenado por el Santo Oficio, por afirmar que los planetas giran alrededor del Sol, no de la Tierra. 359 años después, la Iglesia Católica oficialmente aceptó que el polaco estaba en lo correcto. Amedeo Avogadro formuló una teoría sobre el número de moléculas contenidas en un gas bajo ciertas condiciones, fue rechazado por la comunidad científica; 14 años después de su muerte se aceptó su teoría. Johannes Kepler postuló que las órbitas de los planetas no eran circulares sino elípticas. Fue ignorado. Años después, su aportación fue la base para los trabajos de Isaac Newton.

Tal parece que a los seres humanos nos cuesta mucho trabajo aceptar lo que reta los convencionalismos de cada época. La antropología, como he mencionado antes, se abre espacio en el mundo de los negocios aportando valor a las empresas, no sin ser vista con recelo por algunos. Las universidades no fomentan un pensamiento transdiciplinario, en el mejor de los casos es inter o multidisciplinario. Nos da miedo cruzar las fronteras. Hasta que alguien se anima y le llueven críticas, como Jacobo Grinberg.

Las pesquisas sobre la desaparición del científico mexicano, investigador y profesor de la UNAM arrojaron una sutil línea de investigación: la colaboración secreta de Grinberg con el gobierno de Estados Unidos. En el 2017 la CIA desclasificó millones de documentos, entre ellos uno relativo al proyecto Stargate, donde se menciona a Grinberg y sus trabajos sobre telepatía, visión remota y telequinesis. Tal vez algún día conozcamos qué pasó con el hombre que quedó atrapado en un «no-lugar»: era un chamán para los científicos, y un científico para los chamanes.

Si queremos respuestas, fomentemos la ruptura de fronteras mentales: el pensamiento transdisciplinario. Grinberg lo sabe, donde esté.

@eduardo_caccia

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