La historia suele ser una buena consejera, por lo que conviene acudir a ella cuando pensamos que vivimos situaciones inéditas o que no tienen comparación.
Atravesamos por un nuevo episodio de esta pandemia y las reacciones han sido diferentes a las que experimentamos hace un año y al inicio de esta inesperada contingencia. Se ha tomado como referencia la crisis de la gripe española (1918) que provocó el uso de cubrebocas como lo hacemos en ésta, aislamiento y sana distancia, entre otras medidas conocida por todos ahora, aunque no es el único caso en la historia (por cierto, no inició en España, pero sí fue una de las naciones más afectadas en cuanto a número de infectados y fallecidos. Los primeros casos documentados fueron identificados en Estados Unidos y en China).
Si tenemos oportunidad de preguntarle a nuestros abuelos y bisabuelos, el aparentemente lejano siglo XX estaba plagado de temores a enfermedades que afectaban en particular a las niñas y niños, las cuales nos tenían cura y provocaban lesiones severas e incluso la muerte en poco tiempo.
Durante las primeras décadas y ya bien entrados los años 70, mamás y papás debían estar atentos a posibles contagios de poliomielitis, sarampión, paperas, tuberculosis y viruela, para correr al médico y atender de urgencia cualquiera de estas enfermedades.
Los estragos que ocasionaban eran un riesgo anual que se buscaba evitar a como diera lugar, pero no siempre se podía; el peligro era tal que motivó varias de las investigaciones científicas más importantes de la historia y el nacimiento de las vacunas como las conocemos actualmente.
Ante este horror, la ciencia se propuso encontrar soluciones y una de las más relevantes la aportó Jonás Salk.
Hijo de inmigrantes ruso-judíos, Salk nació en Nueva York en 1914, cuatro años antes de la pandemia de Gripe Española. Oportunamente fue identificado como un niño con mucho talento y pudo estudiar en escuelas gratuitas que se concentraban en atender a menores que no contaban con recursos, pero que les sobraba capacidad.
Salk estudió medicina y se dedicó a la investigación, aunque era un profesional muy competente en el quirófano. Uno de los asuntos que ocupó su atención fue la polio y sus efectos en los más pequeños. En 1953 presentó los resultados de sus investigaciones, que consistían en fueron la base para el desarrollo de una vacuna, ésta funcionó y con el apoyo de las autoridades impulsó una de las campañas de inoculación masivas más importantes de la historia, muy similar a la que hemos vivido desde el año pasado a nivel mundial. Salk, por cierto, se negó a patentar la vacuna para que siempre estuviera disponible.
Para finales del mismo siglo XX, la poliomielitis estaba casi erradicada en todo el planeta, salvo en cuatro naciones de Asia y una de África, en donde sigue habiendo casos. Para muchas generaciones el miedo a la polio ni siquiera existe y para los que pudimos conocerlo es un borroso recuerdo.
No obstante, el trabajo para mantener una vacunación anual, que llegara a la mayorías de las personas fue la clave para salvar a millones y, poco a poco, olvidarnos de la enfermedad.
Todo indica que sucederá algo parecido con este tipo de coronavirus; es decir, tenemos que aceptar que no se irá y debemos actuar de la forma correcta para convivir de aquí en adelante con sus variantes.
No será un comportamiento que llegue de la noche a la mañana, tampoco lo fue en otras pandemias; sin embargo, la historia sobre cómo las superamos tiene varios elementos en común: vacunarnos es fundamental; cuidarnos también; y actuar con responsabilidad, perseverancia y mucha voluntad social son indispensables para que, en cierto momento de esta emergencia, sigamos hacia delante. Ayudemos entre todos para que sea pronto.