El buen economista, al igual que el buen nutriólogo, siempre termina siendo el aguafiestas de la familia.
En pocas palabras, una de las mejores lecciones de economía que podamos aprender en la vida es, si comparamos a ésta (a las ciencias económicas) con la alimentación (o con las ciencias nutrimentales y la biología, especialmente con la parte digestiva de la misma).
Tomemos en consideración el siguiente ejemplo: en un delicioso buffet de espadas brasileñas, vemos como un flaco, flaco (prácticamente escuálido), se sirve más de cinco veces y cómo come como náufrago (como si de plano quisiera llevar a la más apocalíptica de las quiebras al restaurante que imprudentemente se atrevió a darle cabida); sin embargo (y por otro lado), vemos a una persona severamente obesa que tan sólo se sirve ensalada sin aderezo de ningún tipo y en tan sólo una triste e insípida ocasión.
¿Qué conclusiones podríamos obtener de nuestra anterior experiencia como observadores de semejante realidad? ¿Cómo deben, o cómo deberían interpretarse los anteriores datos recabados, exactamente?
Un goloso de mi calaña, sin lugar a dudas, te dirá que semejante acontecimiento es la “prueba irrefutable” (aunque no lo sea) de que el comer ensalada te hace engordar, mientras que el tragar como pelón de hospicio (una disculpa para los buenistas por mi incorrección política dentro de la anterior frase), es decir, que el comer justo como yo amo hacerlo, no sólo es algo altamente saludable, sino que te llevará a perder peso de un modo eventual (aunque ello sea una total y absoluta mentira).
Claro, no se necesita ser un genio de las ciencias nutrimentales para siquiera sospechar que hay algo de engañoso dentro de semejantes afirmaciones de mi parte. Nuestro puro sentido común, mismo al que, si le dedicamos el esfuerzo de algunas cuántas de nuestras escasas neuronas, seguramente nos logrará indicar que sería prudente, por ejemplo, agregar el factor tiempo dentro de semejante ecuación alimenticia, para poder así comprenderla de una mucho mejor, mucho más amplia y mucho más profunda manera (es decir, ¿qué pasaría si el flaco en cuestión se atascara justo de semejante manera -como vimos que lo ha hecho- pero cinco veces al día, así como durante todo un año?, y, a su vez, ¿qué sucedería si el gordito en cuestión se limitara a comer con medida, justo de esa misma manera -como vimos que lo ha hecho- una sola vez al día y durante todo un año)? ¿En realidad tanto uno como otro personaje continuaría manteniendo justo su mismo peso, ya después de doce largos meses de sometimiento, cada uno de ellos, a su respectivo y tan estricto régimen alimenticio?)
Y repito: no necesito ser nutriólogo ni un genio de la medicina como para pensar que, si lo anterior llegara a suceder (y, por si fuera poco, también se le sometiera al obeso a un régimen de ejercicio físico en extremo estricto, y al delgado a uno sumamente leve -y además ambos individuos midieran lo mismo, tuvieran justo la misma edad, el mismo sexo, etc.-), lo más probable sería que el flaco engordara y que el gordo enflacara.
Bueno, pues prácticamente lo mismo sucede en materia económica: no porque veas el día de hoy a un Estado elefantiásico, gastando dinero a lo estúpido (justo como lo están haciendo ahora, por ejemplo, tanto el idiota de Biden contra los pobres vecinos del norte, como el idiota de López Obrador en detrimento de nuestro pobre país), significa necesariamente que ello nos llevará a la más extrema miseria hoy mismo, ni muchísimo menos que, debido a ello, nos convertiremos en un país tan rico como lo es Suiza o Estados Unidos hoy en día, en absoluto (sino, más bien, justo todo lo contrario: si mantenemos semejante ritmo de irresponsable despilfarro por treinta años consecutivos, nuestra riqueza material actual, sea ésta pequeña, mediana o grande, se verá triste y mucho más que severamente mermada).
Así que, cuando llegue a ti y/o a los tuyos un político mentiroso y manipulador (es decir, un político, a secas), y te quiera vender la supuesta panacea universal de que te sacará de pobre regalándote dinero a lo loco, no le creas, pues es tan mentiroso o más que el nutriólogo que se atreviera a decirte que te regalará no sólo un cuerpo escultural, sino la felicidad eterna, comiendo 5 veces al día, así como cantidades industriales, en un delicioso buffet de cinco estrellas de espadas brasileñas y sin la necesidad de realizar ni un solo minuto de ejercicio físico al día (créeme, sé que suena tentador, pero tus pobres arterias y tu pobre páncreas considerarán que esa no es la mejor de las decisiones a tomar, muy especialmente a mediano y a largo plazo, por lo que tu cuerpo créeme que te agradecería de por vida -literalmente hablando-, que mejor te convirtieras en el aguafiestas de la familia y te negaras estoicamente a aceptar semejantes y tan ridículos remedios “milagrosos” que tan sólo terminarán por agravar más tus broncas en vez de resolverlas).