A mi querido hermanito Sebastián.
La ciencia es una madre devoradora que, justo al igual que Cronos (el patriarca tirano por antonomasia), engulle a sus propios hijos, pero con la diferencia de que suele ser más justa y selectiva al momento de asesinar o no a su prole, pues los verdaderos gigantes de la ciencia, es decir, aquellos auténticos genios que, al menos en parte, en realidad acertaron al momento de teorizar sobre alguno de los enigmáticos fenómenos del universo, suelen sobrevivir a ella por siglos y milenios y no sólo dentro del inconsciente colectivo (pues en las entrañas de éste, incluso escoria como Hitler, Stalin y demás genocidas continúan mucho más que vivitos y coleando), sino también dentro del consciente colectivo de la aristocracia científica, es decir, dentro de la memoria de aquellos que sí saben en verdad quién es quién dentro del mundo del conocimiento empírico y sus entrañables secretos.
Así que hoy intentaremos discernir, lo más objetivamente posible, si la obra de Marx inclina a su autor más hacia la pertenencia a ese un tanto amoral inconsciente colectivo (que con igual enjundia y persistencia recuerda al Cristo que a Jack el Destripador) o a esa élite científica, llamada así en el mejor sentido de la palabra, que conforma esa especie de mucho más que meritorio consciente colectivo al que ya he intentado referirme.
El pensamiento económico del filósofo Karl Marx gira, básicamente, alrededor de la siguiente idea: si yo compro unos tomates y un montón de sal por 1 peso, eso significa que el valor de cambio de esos tomates y de esa sal es lógicamente de 1 peso, es decir, que, en nuestra sociedad y en nuestro tiempo, la gente suele pagar alrededor de 1 peso a cambio de esos bienes de consumo (de los tomates y de la sal). Pero Marx se dio cuenta que, si una persona invierte, por ejemplo, un día entero de su trabajo para moler todos esos tomates y mezclarlos cuidadosamente con esa misma sal, no sólo se obtiene como resultado una rica salsa de tomate, sino que ahora, el valor de cambio de esos mismos tomates y de esa misma sal ya transformados en salsa, habría aumentado, supongamos, de 1 peso a 3 pesos “como por arte de magia”. ¿Pero lo anterior es en realidad “magia”, que los tomates y la sal ahora ya valgan 3 pesos en vez de 1? Marx dice que por supuesto que no. Que esos 2 pesos de más que ahora valen los tomates y la sal, no fueron producto de la nada, sino del trabajo que le invirtió la persona que los convirtió en salsa; por lo tanto, Marx deduce que si, por ejemplo, un capitalista es dueño de los tomates y de la sal, cuando se venda la salsa de tomate sólo tiene derecho a 1 peso de los 3 a la que fue vendida, porque los otros 2 pesos (es decir, esa plusvalía de 2 pesos), fue generada por el trabajador y, por lo tanto, a él es al que le corresponden; así que si el capitalista se queda con más de ese peso que le toca, Marx afirma que lo que en realidad está haciendo es robar al trabajador, es decir, que lo está explotando. Suena más o menos lógico, ¿no? Pero en el mismo siglo de Marx, su tocayo, Carl Menger y posteriormente una larga serie de economistas, tacharon a las teorías de Marx de un tanto simplistas (y eso en el menos grave de los casos). ¿Por qué? Porque señalaron que si tú, por ejemplo, inventas una licuadora y se la prestas al trabajador y, gracias a tu licuadora, en ese mismo día de trabajo que se necesitaba para hacer 1 paquete de salsa, ahora el trabajador ya puede producir 10 paquetes de salsa, tú también deberías quedarte con una parte de esos famosos 2 pesos de plusvalía a la hora de venderla. Sin embargo, y debido a que Marx extrañamente considera que ni las máquinas (como tu licuadora) ni los animales, pueden generar riqueza, sino tan sólo los seres humanos que trabajan, pues consecuentemente dice que los 10 paquetes de salsa que ahora está logrando producir el trabajador gracias a tu licuadora, son mérito exclusivo del trabajador y sólo del trabajador, y por lo tanto, Marx considera que lo más justo sería que tú le regalaras tu licuadora, pero, como intuye que no vas a querer hacerlo, dice que entonces los obreros tendremos que unirnos y armar una revolución para quitártela a balazos, para que, de esta manera, el trabajador ya pueda quedarse con una plusvalía ya no sólo de 2 pesos, sino ahora de 20, gracias a la venta de los 10 paquetes de salsa que ya pudo producir gracias a su trabajo (y también a tu ex licuadora, por supuesto).
Y tú, ¿qué opinas? ¿A cuál de los dos mencionados bandos crees que pertenecen sus teorías? ¿Crees que Marx es más “equipo Newton”, o más “equipo Mengele”?