La organización de actividades artísticas y comerciales que no corresponden con las de una zona agrícola ha despertado la interrogante de cuánto más vivirá el Valle de Guadalupe su esplendor como motor de desarrollo económico e identidad regional. La inquietud encuentra fundamento tan sólo con analizar lo acontecido en la última convocatoria a celebrar un concierto masivo en esa región vitivinícola de Baja California.
El hecho de que, en días recientes, ciertos promotores tuvieron el margen para desmontar alrededor de 25 hectáreas de una zona de conservación natural, con el propósito de habilitar un foro donde se presentaría un famoso exponente de la música norteña, comprueba el contexto en el que destacan los numerosos riesgos para la viabilidad de la zona. Aproximémonos simplemente desde los siguientes elementos:
Primero, una cuestionable autoridad municipal. Mucho se ha discutido en medios de comunicación la carencia de un reglamento que asegure el desarrollo integral del Valle de Guadalupe y proyecte adecuadamente su enorme potencial, pero esto es una condición secundaria si no hay gobierno de Ensenada que siquiera se haga presente y aplique criterios acordes, tanto con la vocación, como con las restricciones de recursos naturales que imperan en dicho lugar.
Y es que, al margen del predio agrícola en cuestión, de haberse realizado este concierto con la asistencia de varios miles de personas, los angostos caminos rurales en condiciones de abandono —muy pocos de ellos pavimentados, por cierto— inhabilitan el acceso eficiente del alto flujo previsible de vehículos; además de impedir a los servicios de emergencia a reaccionar con prontitud en caso de presentarse un acontecimiento que ponga en riesgo la vida de los asistentes, ya ni pensemos en una circunstancia que amerite un desaforo expedito.
Asimismo, resulta llamativo que se busque celebrar conciertos con aforos en número superiores a la población total que reside en el Valle de Guadalupe, de acuerdo con lo expuesto por organizaciones ciudadanas inconformes. Esto deja ver la falta de racionalidad en el proceso de toma de decisiones públicas, como si no hubiese ya una norma reguladora. Lo peor es que la facilidad con la que se interviene una extensión de terreno de esas dimensiones —para una actividad a todas luces desproporcionada— es la misma con la que se operan cantinas o construyen casas en serie sin orden y sin respeto al entorno natural, según dan constancia las quejas difundidas en fuentes abiertas.
Segundo, factores que abonan a una mala experiencia de consumo en el Valle de Guadalupe. La cancelación abrupta de un concierto —a escasas horas de realizarse— falta el respeto a quienes se desplazan desde Tijuana, Ensenada o California, pero especialmente a quienes compraron boletos de avión y reservaron noches de hotel al provenir desde lugares más lejanos. Así, empresarios y autoridades juegan con una incertidumbre y abuso que en poco abona al deseo de regresar o alentar mayores visitas a la zona.
También es cierto, en este renglón, que no todo el peso de la culpa recae en la autoridad. El Valle de Guadalupe ha observado un reciente encarecimiento en restaurantes y hospedajes, sin que ello refleje necesariamente un grado superior de calidad en los servicios. En el corto plazo, se han visto beneficiados quienes aumentan sus precios, porque cuentan con visitantes cautivos ante el cierre fronterizo para cruces no esenciales. Pero esta situación podría cambiar una vez que se reabran las garitas para nacionales mexicanos, y los consumidores inconformes prefieran retomar sus paseos a San Diego, California. Un destino atractivo, con precios competitivos y más cercano a la zona conurbada de Tijuana.
Y, tercero, la falta de construcción de consensos para el desarrollo sostenible. El Valle de Guadalupe es un referente nacional por la dedicación e innovación de casas vinícolas y restaurantes. Sin embargo, se carece de un proyecto estratégico conjunto a largo plazo que aglutine esfuerzos público-privados para la preservación de sus atributos y el crecimiento ordenado de la zona. Por ello, pasan los años sin que se resuelvan sus problemas de abasto de agua, manejo de basura, estado de las vialidades y, especialmente, preocupaciones vinculadas a la inseguridad.
Así, el Valle de Guadalupe está llegando a un punto donde le es imposible seguir floreciendo, si los actores públicos, privados y sociales siguen pensando desde sus parcelas, más no como comunidad. Ante el evidente deterioro en la toma de decisiones y asignación de recursos, ¿sobrevivirá el Valle de Guadalupe?