Hay fotos que ofenden. Por ejemplo, la de un criminal cenando en uno de los restaurantes más lujosos de la Ciudad de México. Ahí está, tranquilo, disfrutando de la deliciosa comida china. Y sí, claro que es un delincuente confeso. De acuerdo con su declaración frente a la Fiscalía General de la República (FGR), Emilio Lozoya recibió sobornos por cien millones de pesos de la constructora brasileña Odebrecht. Él se habría quedado con un millón y medio de dólares del primer pago que cogió durante la campaña presidencial de Peña.
Lozoya, ícono de la corrupción del sexenio pasado, libre gracias al acuerdo al que llegó con la FGR. Se acogió al llamado “criterio de oportunidad”. A cambio de presentar pruebas de más involucrados en los sobornos de Odebrecht, el exdirector general de Pemex nunca ha pisado la cárcel. En lugar de recibir el rancho del Reclusorio Norte, saborea los platillos del chef James Huang.
A una sociedad le conviene la delación premiada. Perdonar a ciertos criminales a cambio de que testifiquen en contra de delincuentes más importantes. Es uno de los preceptos fundamentales de la justicia anglosajona. Indultar a los peces chicos con el fin de pescar a más grandes.
Muchas veces, sin embargo, los chicos no son tan pequeños. Pueden ser individuos abominables.
Sammy El Toro Gravano era un miembro activo de la mafia neoyorquina. Cometió un sinnúmero de delitos mayores. Confesó su involucramiento en 19 homicidios. Sin embargo, como testificó y presentó pruebas en contra del jefe de la familia Gambino, John Gotti, el fiscal federal no lo persiguió judicialmente y lo integró al programa de testigos protegidos. Gracias a su testimonio, las autoridades estadunidenses lograron encarcelar a Gotti, el más importante mafioso de todos. Ni modo. La sociedad tiene que tragarse a un Gravano para castigar a un Gotti.
En este sentido, la FGR estaría haciendo bien en negociar con Lozoya. La pregunta es a cambio de quién. Siguiendo la lógica de los peces chicos y grandes, en el caso de Lozoya sólo habría dos mayores: el exsecretario de Hacienda, Luis Videgaray, y el expresidente Peña. Todos los demás mencionados por Lozoya son charales comparados con esos dos tiburones ballena.
Sin embargo, es clarísimo que al presidente López Obrador lo que le interesa son los legisladores panistas que presuntamente habrían recibido sobornos de Lozoya, del dinero que recibió de Odebrecht, para aprobar las reformas estructurales del sexenio pasado. Entre ellos Jorge Luis Lavalle (ya encarcelado), el gobernador de Tamaulipas, Francisco García Cabeza de Vaca, y el excandidato presidencial Ricardo Anaya (actualmente en el exilio). Se entiende, desde un punto de vista político. AMLO sabe que el adversario natural de su proyecto es el PAN y, por eso, quiere embarrar todo lo posible a este partido. A los priistas, en cambio, no los toca, porque los necesita para aprobar sus reformas constitucionales.
Pero ese es el Presidente. Otra cosa debía ser con el fiscal Gertz Manero, que supuestamente es autónomo. Él está para procurar justicia. Tiene todo el sentido del mundo hacer un trato con Lozoya para lograr ese momento que sería fundacional para la justicia mexicana: el procesamiento y la eventual condena de un expresidente por actos de corrupción. Imagínese lo que sería eso.
No obstante, Peña Nieto está muy tranquilo. Al principio de este sexenio lo vimos celebrando en la fiesta matrimonial de su abogado, Juan Collado. Ahí estaban Carlos Romero Deschamps, Raúl Salinas de Gortari, Rosario Robles, Luis Miranda y Arturo Elías Beltrán. Una boda más de “ricos y famosos”, ahora en la Cuarta Transformación. Se publicaron las fotografías. Imágenes de la impunidad.
Bueno, pues la de Lozoya de este fin de semana es otra de estas imágenes. Aquí no pasa nada. Impera la impunidad. Un criminal confeso comiendo opíparamente con distinguidos acompañantes. Mientras tanto, Videgaray está dando clases en una prestigiosa universidad estadunidense. Y Peña jugando golf en Madrid, cenando en Nueva York, con una peluca para que no lo reconozcan, y besuqueando a su nueva novia.
¡Ah, la impunidad mexicana!
Al mismo tiempo, 31 científicos, ridículamente acusados de delincuencia organizada, acuden al juzgado a declarar con el miedo de que los puedan encarcelar. ¡Qué maravilla!
Y el Presidente se regodea con que este país ya cambió. Pues lo único que han cambiado son los manteles del Hunan para servirle comida a un corrupto confeso que hoy, junto con sus exjefes, goza de una grosera impunidad.
Twitter: @leozuckermann