A bote pronto, comparto tres rápidas reflexiones sobre la consulta del pasado domingo. Son preliminares, parciales y de ninguna manera exhaustivas.
Ilustración: Víctor Solís
Se trata del primer gran fracaso político del sexenio de López Obrador. Ha tenido otros, pero todos ellos relativos o matizables. Haberle apostado a Trump en la elección presidencial de Estados Unidos, ganando Biden, fue un fracaso, pero al final se arreglaron las relaciones entre México y Estados Unidos, mas no entre Biden y López Obrador. No ha podido revertir las reformas energéticas del sexenio anterior por la vía puramente legislativa; tampoco ha podido cambiar las modificaciones constitucionales del 13 y 14, pero el proceso va avanzando en los tribunales para llegar en algún momento a la Suprema Corte, que probablemente le dará la razón sin tener que cambiar la Constitución. Y si bien en las elecciones de junio de este año perdió masivamente en la Ciudad de México y relativamente a nivel nacional, le fue lo suficientemente bien en las gubernaturas para poder afirmar que no se trató de una derrota por completo.
Aquí no hay matices ni ambages. Una participación de 7 % es un fracaso completo de Morena, de López Obrador y de la Suprema Corte. Si esto es lo que buscaban o no; si no es del todo la culpa de cada uno de ellos por completo sino parcialmente de los tres; si logran echarle algo de la culpa al INE o no; el hecho es que difícilmente podría haber un porcentaje de participación más bajo que 7 %. O, si se prefiere, 93 % de los mexicanos empadronados nos abstuvimos de votar. Parece difícil imaginar un peor resultado.
Una segunda reflexión tiene que ver, justamente, con el otro lado del resultado, el que algunos pobres diablos de Morena piensan utilizar para neutralizar la bajísima participación: que 97 % de los votantes votaron por el “sí”. Ese es un resultado propio de un país socialista; propio de las dictaduras como Corea del Norte hoy, de las antiguas repúblicas populares de Europa Oriental o, de vez en cuando, de algunos países africanos como la Ruanda de Paul Kagame o de Museveni en Uganda. No hay país democrático o serio en el mundo donde se logren ese tipo de resultados, porque las sociedades por definición suelen dividirse, si no en partes iguales, en partes con minorías importantes y mayorías relativas. Sólo se obtienen resultados tan abultados de un lado cuando no hay realmente una disyuntiva; cuando no hay una oposición; cuando no hay condiciones de votación democrática. Aquí la oposición fue la abstención y ganó abrumadoramente.
En tercer lugar, resulta interesante la discusión que ya echó a andar López Obrador a propósito de la revocación de mandato del año entrante. Como se sabe, esa consulta está programada para el 21 de marzo. De nuevo, todos los mexicanos seremos llamados a votar el año entrante; pero esta vez, por si deseamos revocar el mandato de seis años de López Obrador y mandarlo a su casa, por no decir al rancho que tiene cerca de Palenque. Algunos pueden haber pensado que un muy mal resultado en la supuesta consulta sobre los supuestos juicios a los supuestos expresidentes iba a llevar a López Obrador a desistir del intento de transformar la revocación de mandato en ratificación de mandato. Fue muy claro desde la mañanera de hoy en decir que no. La revocación de mandato va, como la reforma agraria de Carlos Puebla y de Fidel Castro, tan afines y queridos por López Obrador.
En este punto es difícil sacar conclusiones inmediatas sobre las lecciones del domingo 1 de agosto para el 21 de marzo de 2022. Que el presidente, el gobierno, su partido y sus simpatizantes no hayan podido sacar a votar ni a la cuarta parte de sus electores de 2018 —ni a la mitad de los de Morena en 2021— no significa que no puedan hacerlo en 2022. En este descalabro, mucho contó la pregunta confusa o francamente absurda de la Suprema Corte. La pregunta del año que entra será muy sencilla: no sólo ordinaria, no sólo sí o no, sino finalmente ¿quieres que se quede López Obrador o que se vaya? Yo no me confiaría en que la elevadísima abstención de esta vez se repita el año entrante. Tampoco me confiaría, por lo tanto, en que la posición correcta sea la abstención, aunque, dicho sea de paso, con la acertada excepción del PRD, ni el PAN, ni el PRI ni MC llamaron abiertamente a no votar: incluso algunos dirigentes de este último partido votaron públicamente.
La discusión sobre la revocación debe empezar cuanto antes. ¿Qué le conviene más a la oposición: llamar a la abstención, llamar al “no”, llamar a que se vaya, o votar para que López Obrador siga en el cargo para el que fue electo durante seis años? Habrá mucho que decir al respecto.