Como su pecho no es bodega y dice lo que pasa por su cabeza, el compañero presidente Andrés Manuel López Obrador, ha manifestado una gran preocupación, particularmente en la mañanera del pasado 19 de agosto cuando salió muy molesto a su púlpito.
Hay temas que le inquietan, primero, el control del proceso legislativo de su iniciativa de revocación de mandato que ha quedado inconcluso. El Congreso no irá a periodo extraordinario y podría pasar a la siguiente legislatura donde ya no tendrá el control camaral.
Segundo, las inconsistencias en el tema del regreso presencial a clases. Aunque nadie le ha cuestionado la iniciativa y su necedad, ha hecho un verdadero viacrucis de politiquería, lo único que se exige al gobierno es que asuma su responsabilidad y se establezcan protocolos sanitarios e insumos mínimos, como gel, cubre bocas, agua y jabón en las escuelas.
El tercer punto es económico. Al compañero presidente le urge contar con recursos para sus faraónicos proyectos como el Tren Maya, Dos Bocas, el Aeropuerto Santa Lucía, su política de beneficencia y, por supuesto, para llevar a cabo su personal propuesta de revocación de mandato.
Pero todo indica que “la cobija se le encogió” y no le salen las cuentas.
Por lo pronto, la escasez de recursos ha impactado de forma directa el gasto corriente de las secretarías de Estado, que no tienen insumos básicos, como equipos de cómputo. La SEP no tiene dinero para el mantenimiento de escuelas ni para los materiales indispensables para el regreso a clases. Incluso sus megaproyectos empiezan a padecer la escasez de recursos. Dos Bocas pasó de un presupuesto de ocho a doce mil millones de dólares y un año más de ejecución, hasta el 2023 por ahora. En las obras del Tren Maya ya no contratan e incluso, se ha despedido personal.
Para llevar a cabo la revocación de mandato requiere de muchos recursos.
Lamentablemente no los tiene y eso lo obliga a tomar de otra parte, es decir, “descobijar” alguno o varios de sus proyectos.
AMLO está buscando obtener recursos de donde sea para “ensanchar” su cobija. De ahí su propuesta de pagar deuda con la línea de crédito del FMI. La aclaración del vicegobernador de Banxico, Gerardo Esquivel le cayó como balde de agua fría y no tuvo empacho en arremeter contra su viejo asesor como si se tratara del mismísimo Claudio X González, la lealtad no paga. Afortunadamente para el ánimo del presidente, el gobernador Díaz de León ya aclaró que el gobierno federal sí puede disponer de los dólares adicionales que implican los derechos especiales de giro (DEGs). Esto, claro, siempre y cuando, los adquiera a cambio de pesos de la tesorería, al tipo de cambio de mercado, como lo permite la ley.
El presidente señala que durante su administración las reservas internacionales del país han crecido en 20 mil millones de dólares. Sin embargo, le molesta no poder disponer de ellas a su antojo, quizá porque desconoce la operación y objeto de las reservas internacionales de México, una nación con banco central independiente.
Presume la solidez del peso, que en gran parte se ha sostenido por la disciplina y fundamentos económicos sobre los que trabaja Banxico. Un esquema institucional con el que tenemos más de 20 años, que ha permitido la acumulación de reservas que favorecen al tipo de cambio. No es la gestión del presidente en el gobierno federal, es el control de la inflación lo que ofrece certidumbre a la economía, genera confianza a la inversión extranjera y defiende al país y a nuestra moneda de ataques especulativos. De hecho. es la independencia de la política monetaria el cimiento principal este buen trabajo, diseñado precisamente para resistir los embates de un gobierno como el que encabeza López Obrador.
Reservas
Desde que México tiene reservas internacionales administradas por un Banco Central independiente se han evitado las crisis recurrentes que México de cada fin de sexenio, desde Luis Echeverría hasta Carlos Salinas de Gortari.
AMLO debe recordar muy bien que, en 1994, cuando México no tenía estas reglas de operación y no contaba con reservas internacionales, cualquier fuente de turbulencia política, por pequeña que fuera, podía detonar importantes fugas de capital. Por ejemplo, después del berrinche de Manuel Camacho por no ser el candidato presidencial del PRI el peso sufrió un fuerte ataque especulativo, mermando las reservas internacionales. Después, eventos menores como el no “se hagan bolas” de Salinas y otros no tan menores como la irrupción del EZLN y el magnicidio de Luis Donaldo Colosio, tuvieron catastróficas consecuencias. La confianza en el país se vino abajo y evento posterior tenía dos efectos: salida masiva de capitales y creciente probabilidad de devaluación.
AMLO señala una y otra vez que “primero los pobres” y presume, como lo hizo en su conferencia mañanera, que “no sólo ahora el kilo de tortilla alcanza para dos kilos más… perdón, el salario mínimo; cuando llegamos, se podían comprar seis kilos de tortilla. Ya de las otras cuentas no me interesan tanto, a mí me importa ver la economía popular”.
La realidad
Pero las cuentas no salen, ni siquiera como las dice. Estamos en la antesala de una espiral inflacionaria.
La inflación lleva meses fuera del rango objetivo del Banco de México y los precios que más presionan son los del gas LP, de 5.77% en julio; tortillas de maíz, con un repunte mensual de 2.39%; loncherías, fondas, torterías y taquerías, 0.78%. La inflación que se observa es la que pega más a los más pobres.
Si AMLO pretende ampliar su cobija modificando bases y fundamentos económicos para cubrir sus caprichos políticos, acostumbrémonos a carencias, inflación, desempleo, devaluación y dependencia económica. Cada vez estamos más cerca devolver a 1976.