El final de la Segunda Guerra Mundial fue el punto álgido para el imperialismo de Estados Unidos. Como uno de los ganadores indiscutibles de esa conflagración, se repartió el mundo junto con la Unión Soviética. Sin embargo, desde entonces, nuestro vecino del norte ha sufrido derrotas militares importantes.
No perdieron, pero tampoco ganaron, la guerra en Corea. Hicieron el ridículo en Playa Girón (Bahía de Cochinos) en Cuba. Tuvieron un dolorosísimo fracaso en Vietnam. Aunque invadieron Irak y sacaron del poder a Sadam Hussein, se salieron de ese territorio con la cola entre las patas dejando un tiradero. Y, ahora, después de 20 años de ocupación en Afganistán, nuevamente han puesto los pies en polvorosa, lo cual ha significado el regreso del régimen talibán a ese país.
Podría argumentarse, y sería cierto, que durante el periodo de la posguerra lograron algo nada menospreciable: derrotar a la Unión Soviética, la otra superpotencia con la que protagonizaron la Guerra Fría. Sin embargo, el heredero autoritario de ese régimen, la Rusia de Putin, sigue siendo una amenaza para la hegemonía de Estados Unidos. Ni qué decir, durante los últimos treinta años, del surgimiento de China como una superpotencia económica con cada vez más influencia política y militar en el mundo.
¿Estamos, pues, frente a la decadencia del imperio estadunidense?
Difícil sentenciarlo. A final del día, Estados Unidos sigue siendo hoy el motor económico más importante del mundo y cuenta con la mayor fuerza militar de la historia de la humanidad.
Pero vaya que lo de Afganistán ha sido un duro golpe para su liderazgo mundial. Otra vez su credibilidad está por los suelos.
Estados Unidos invadió ese país para deponer al régimen talibán, que apoyó al grupo terrorista Al-Qaeda, responsable del peor acto terrorista en territorio estadunidense el 11 de septiembre de 2001. Los militares estadunidenses lograron esa misión, pero se quedaron en Afganistán para evitar que ese país se convirtiera de nuevo en refugio de grupos terroristas. Además, era una magnífica oportunidad de posicionarse territorialmente en Asia, muy cerca de Rusia y China.
Los talibanes, sin embargo, nunca capitularon. Resistieron con una estrategia de guerra de guerrillas. Ganaban y perdían fuerza, pero ahí seguían. Periódicamente realizaban actos terroristas en las grandes ciudades.
Estados Unidos finalmente se cansó de seguir en la guerra más prolongada de su historia y decidió retirarse. Por tercera vez en su historia, los afganos prevalecieron ante la ocupación de una superpotencia militar, primero con los ingleses, luego con los soviéticos, ahora con los norteamericanos.
El gobierno de Estados Unidos le apostó a que el gobierno afgano apoyado por ellos, con unas fuerzas armadas supuestamente bien entrenadas, aguantaría un buen rato el asedio de los talibanes. Pero lo que construyeron era de ceniza, a pesar de haber gastado más de 80 mil millones de dólares en este esfuerzo. Con el ejército de EU en retirada, en cuanto los rebeldes talibanes comenzaron a ganar terreno, el gobierno y las fuerzas armadas afganas capitularon en pocos días. Al primer soplo se deshicieron cual cenizas.
Hoy los talibanes controlan Afganistán. Están de regreso. Ganaron la guerra. Y muchos se regodean del fracaso de Estados Unidos olvidándose quiénes son estos personajes que han retornado al poder: fanáticos religiosos que, entre otros atributos, creen en la subyugación de las mujeres por parte de los hombres.
Se dice que quizá estos talibanes son más pragmáticos que los de hace veinte años liderados por el siniestro mulá Omar. Los de hoy han prometido respetar a opositores y mujeres. A éstas “se les permitirá trabajar y estudiar y serán muy activas en la sociedad, pero dentro del marco del Islam”. O sea, como todo en Afganistán, la sharia (ley islámica) regirá las relaciones sociales. Afganistán ha retornado a ser un Estado teocrático.
En el fondo, a los estadunidenses les vale un pepino cómo vivan los afganos. Allá ellos. Lo que les interesa es que no vuelvan a florecer grupos terroristas en ese territorio agreste. Lo peor que podría ocurrirle a Estados Unidos es que, desde Afganistán, se organice otro atentado como el de hace dos décadas. Eso sí que desataría la ira del imperio estadounidense que, no sé si esté en decadencia, pero vaya que, cuando la riega, la riega de verdad.
Twitter: @leozuckermann