Las preguntas son como puertas a otros mundos, las buenas preguntas son además la llave que las abre. En cierta ocasión fui a cortarme el pelo a un sitio donde no había ido antes. Una señora que reflejaba pericia me lavó el cabello, luego me sentó en el sillón de corte, acomodó sus avíos, tomó las tijeras en una mano y con la otra estiró entre dos dedos erguidos un mechón de mi cabeza, para dispararme una pregunta que hasta la fecha me hace pensar: «Dígame, ¿qué le molesta de su pelo?».

Toda la vida había respondido la pregunta contraria. Cuando pensé en lo que no me gustaba más que en lo que deseaba, me escuché dando argumentos que no había expresado antes. El resultado de aquel corte de pelo lo sigo sintiendo en mi cabeza. Adopté el «¿qué le molesta de su…?» para varios espacios de mi actividad profesional. Hoy lo quiero hacer preguntándome ¿qué me molesta del sistema económico y social en el que vivo? La respuesta me ha llevado por interesantes avenidas de reflexión, y revelaciones (tal vez) algo incómodas de aceptar.

Empecemos por lo que son grandes males mundiales: cambio climático, devastación natural, inequidad y ceguera social. El sistema capitalista (que no buscaría erradicar sino evolucionar) ha tenido como piedra filosofal el crecimiento de la economía. A partir de la Segunda Guerra Mundial empieza a haber una gran producción de bienes que necesitan su contraparte: consumidores. La industria que produce bienes requiere de la que produce deseos. Básicamente se trataba (y hoy todavía más) de decirle al consumidor: «estás incompleto» (de ahí que piense que todo acto de consumo es llenar una carencia). La excesiva motivación al consumo implica que (como ha escrito Zygmunt Bauman: «la esperanza de plenitud debe quedar frustrada») vivamos en un espacio de frustración, de carencia permanente (lo que llamamos «moda» es un mecanismo ideal para ello). Esto es obvio cuando hablamos de consumir productos de subsistencia, como los alimentos, no así en otras categorías de bienes.

Tiendo a creer que nuestros antepasados eran humanos más completos, tenían menos carencias, desde el punto de vista de que su vida estaba completa con más facilidad, que si vivieran hoy. Mi bisabuelo quizá tuvo un caballo que repuso cuando se le murió; no desechó al animal cuando alguien le dijo «ya salió el nuevo Caballo 11». No es casual que muchos artefactos antiguos hayan durado, ¡estaban hechos para durar! Ya no, hoy se requiere el reemplazo programado. Vivimos en una especie de espiral sin fin, que consume y desecha. El problema es que lo hacemos en exceso y alimentamos un gran motor que para seguir funcionando requiere que las personas deseen más. Me molesta del capitalismo actual que no ha sido capaz de establecer límites hacia la escala humana y hacia la escala planetaria. Dicho de otra forma, así como está, daña al ser humano y al planeta. No nos hace solidarios ni con los humanos ni con el medio ambiente. Concentra riqueza y fomenta la devastación.

La propuesta de la economista inglesa Kate Raworth, «La economía de la dona», merece ser analizada. Invita a repensar qué debería ser el progreso, mientras subraya que el fin de la economía es satisfacer las necesidades básicas de la población, en equilibrio con el planeta. Apunta a poner límites para que el sistema económico no dañe a personas y al mundo.

En un interesante artículo de la BBC, «Las radicales propuestas de la ‘economía de la dona’ (y cómo quieren transformar el mundo)», la economista Carlota Sanz (cofundadora de un laboratorio encargado de llevar a la práctica las ideas de Raworth) define: «El modelo consta de dos anillos concéntricos: una base social, para garantizar que nadie se quede corto en las necesidades básicas, y un techo ecológico, para garantizar que la humanidad no sobrepase los límites de la Tierra». El fondo de esta propuesta es pasar de un sistema degenerativo a uno regenerativo. De ahí que el concepto de circularidad (de la dona) suene atractivo, es generar un nuevo sistema de economía redistributiva que evite la concentración de riqueza y poder. Requerimos nuevas políticas públicas y personas que propongan cambios accionables.

Si el consumo se motiva con la frustración, el cambio de sistema económico también. A ti, ¿qué te molesta de tu mundo?

@eduardo_caccia

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