Cualquier sociedad que desea convivir en armonía debe alcanzar acuerdos que superen no sólo sus diferencias en favor del bien común, sino también sus estigmas y prejuicios alimentados por la desinformación y la subjetividad.
No es real considerar que somos una sociedad que tiende, en su mayoría, a descalificar a otros, pero sí debemos reconocer que nuestra desconfianza civil en instituciones y hasta en nosotros mismos ha sido terreno fértil para que pensemos que estamos divididos sin remedio.
Tampoco podemos ignorar que necesitamos trabajar en muchas de las percepciones que se han hecho principios de sabiduría convencional acerca de cómo interactuamos y las formas en que podemos ver a los demás, sin embargo, considero que estamos lejos, felizmente, de otras sociedades con graves problemas de rechazo a grupos específicos.
Sí hemos caído en el juego de manipulación de muchos intereses que se sirven de esas diferencias y las presentan como irreconciliables, cuando no lo son, y ha sido así por la falta de cuidado que tenemos al verificar la información que nos llega y a aceptar rumores con rapidez, que además intercambiamos sin preguntarnos antes sobre su veracidad o precisión.
En un mal mundial, aunque nuestra tarea ciudadana es reducir lo más posible la transmisión de noticias falsas o mal intencionadas que provocan miedo, recelo y un sinnúmero de mentiras que se propagan, precisamente, con la misma eficacia que un virus.
Puede que se trate del signo de nuestros tiempos o sólo de la manifestación de muchas impresiones que nunca han correspondido a la verdad y se han arraigado entre nosotros porque así decidimos explicarnos lo que ocurría a nuestro alrededor. Lo que no podemos dejar que suceda es que se conviertan en valores y principios.
Ahí es donde está nuestra fortaleza, en comparación con otras sociedades: nuestro valores y principios son más fuertes y están más compartidos que las supuestas diferencias. Las ideas de familia, de comunidad, de vida en paz, de prosperidad compartida, tienden a darnos una mejor guía que otros aspectos sociales a la hora de estimar a otros.
Incluso en nuestro vecindario, desarrollamos lazos que superan a la religión que se profese, las preferencias públicas o de equipo de futbol, para darle paso a las coincidencias en hábitos, intereses comunes y pasatiempos que nos dan sentido de pertenencia.
Somos un pueblo unido en momentos difíciles y mantenemos al núcleo familiar como la piedra angular de todo lo que se desenvuelve en lo colectivo, con el factor de que hemos ampliado las formas en que se puede formar una y respetar otras maneras de unión, sobre todo en las grandes ciudades, donde se creería que lo impersonal priva por encima de lo comunal.
La corresponsabilidad que tenemos es buscar siempre las coincidencias que tengamos y estar abiertos al diálogo, en particular con quienes no piensan como nosotros. Escuchar puede ser el ejercicio civil más importante de nuestra época.
Si estamos en la disposición de entendernos en lo fundamental, de no creernos muchos de los mitos que rodean nuestro vivir, entonces creceremos socialmente; de no hacerlo, estaremos entrando en un terreno de divisiones que pudieron empezar de forma artificial, pero que puede convertirse en una triste realidad.
A lo largo de nuestra historia ha habido muchos intentos para transformarnos en una sociedad que no somos y que adoptemos malas prácticas ciudadanas, similares a las que afectan a otros países que batallan diariamente por encontrar puntos de en común y sufren las consecuencias de no poder convivir, a pesar de diferencias que no son significativas.
Se trata de un asunto de educación, no necesariamente de preparación académica, y esa nace en nuestros hogares, en nuestras colonias y en la buena interacción que desarrollamos en las calles.
Así como la corrupción no están en nuestros genes y tampoco somos propensos a, por ejemplo, pasarnos la luz roja del semáforo, somos una sociedad que ha dado numerosas muestras de que puede caminar en una sola dirección, tenderse la mano cuando es necesario y modificar cualquier comportamiento que la dañe.
Que nadie trate de convencernos, menos con mentiras, de lo contrario.