La “gran” reforma política-electoral que está proponiendo López Obrador consiste en desaparecer los diputados y senadores que se eligen por representación proporcional. Son 200 de 500 en la Cámara baja (el 40%) y 32 de 128 en la alta (25 por ciento).

Eliminar a los legisladores plurinominales es una propuesta popular por la mala reputación que tienen éstos en la opinión pública. Congresistas que llegan al Legislativo sin hacer campaña, que representan los intereses de sus partidos y no de ninguna población.

Tienen razón los que argumentan, como José Woldenberg, que los plurinominales fueron una manera de democratizar el país reconociendo su pluralidad. Gracias a ellos, la oposición al régimen autoritario priista pudo tener cada vez una mayor presencia en el Congreso al punto que, en 1997, el PRI perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados.

¿De verdad queremos regresar a los tiempos donde no existían legisladores de representación proporcional, lo cual significaba, en el régimen autoritario, que el PRI tuviera las mayorías para aprobar todas las leyes, los presupuestos, las cuentas públicas y reformar la Constitución a su antojo?

En estas épocas democráticas veo poco probable retornar a algo semejante. Si se eliminan los plurinominales, lo que ocurriría sería una deriva hacia el bipartidismo por la famosa ley de Duverger: los sistemas de mayorías relativas —donde la representación es por territorios y gana el candidato que obtenga más votos— conducen al bipartidismo. Los dos ejemplos clásicos son el Reino Unido (conservadores y laboristas) y Estados Unidos (republicanos y demócratas).

Es lo que quiere AMLO: un país de dos polos políticos. La pregunta es si efectivamente es lo que queremos los mexicanos.

En el fondo, la discusión es qué tipo de régimen es el que más nos conviene.

Cuando se hace el diseño institucional de un régimen político, deben tomarse en cuenta dos variables: la representatividad y la gobernabilidad. Que las instituciones sean un reflejo de la pluralidad de opiniones y que el gobierno pueda operar con eficacia.

Hay que llegar a un equilibrio. Si se opta por una representación proporcional casi perfecta, los parlamentos se fragmentan excesivamente, lo cual dificulta la gobernabilidad (es lo que ocurre hoy en día en Israel, España o Italia). En el otro extremo, con pura representación territorial de mayoría relativa, se tiende a una sobrerrepresentación. El gobierno puede gozar de un poder mucho mayor que el mandato obtenido en las urnas (ejemplo: en 1983, los conservadores de Margaret Thatcher ganaron el 42% del voto popular, pero el 61% de los escaños en la Cámara de los Comunes, lo cual les permitió sacar adelante reformas estructurales radicales); mucha gobernabilidad con escasa representatividad.

Giovanni Sartori decía que el cielo era límite cuando se trataba de diseñar un régimen político. El teórico de la ingeniería constitucional dividía en cinco posibles opciones de sistemas:

1.- Presidenciales, tipo estadunidense. 2.- Semipresidenciales, tipo francés. 3.- De gabinete, tipo inglés. 4.- De cancillería, tipo alemán. 5.- Parlamentarios de varios países de Europa occidental.

Sartori, sin embargo, enfatizaba que, para que estos sistemas funcionaran, dependía del número y características de los partidos. En Estados Unidos, por ejemplo, el presidencialismo operaba por la existencia de dos partidos relativamente indisciplinados (cada vez menos, por cierto). En cambio, el semipresidencialismo francés funcionaba con cuatro o cinco partidos muy disciplinados.

La discusión de quitar los plurinominales tiene que darse en un contexto mucho más amplio.

En Francia, la Quinta República resultó mucho mejor que la Cuarta gracias a que es muy fácil formar nuevos partidos y a la bendita segunda vuelta, no sólo en la presidencial, sino en las elecciones legislativas que se realizan después de elegir al Presidente. Hay un relativo equilibrio de gobernabilidad y representatividad.

Sí, discutamos la posibilidad de eliminar o reducir el número de legisladores plurinominales. Pero hagámoslo como parte de un debate más vasto de ingeniería constitucional donde se discutan temas como la segunda vuelta, reglas para la formación de nuevos partidos o elecciones primarias de candidatos, por ejemplo.

Lo que está proponiendo el Presidente es una reforma muy pobre que generará pobres resultados. La oposición debe aceptar el reto y abrir el debate a muchos más temas, como la segunda vuelta, que no creo que le guste nada a AMLO, como tampoco le gustaba a Peña.

 

Twitter: @leozuckermann

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