Varios autores han filosofado sobre la dicotomía del “ser” y el “deber ser”, teniendo como principio el trabajo del europeo David Hume (1711-1776). Simplificando, el concepto del “ser” puede entenderse como las decisiones que tomamos los seres humanos por el solo hecho de poder hacerlo. En contraste, el “deber ser”, apunta a las decisiones que deberíamos tomar de manera más concienzuda.
Recientemente, conversaba con mis alumnos(as) de la licenciatura en Comunicación sobre los alcances de la persuasión. Para quien no esté familiarizado, de acuerdo con el Diccionario de la lengua española, persuadir es inducir, mover, obligar a alguien con razones a creer o hacer algo. Es decir, va más allá de convencer, ya que promueve una acción. Y como lo dicta la Física, a toda acción corresponde una reacción.
¿Por qué abordar temas que ameritan un análisis de profundidad mayúscula? La respuesta es sencilla: para comprender los motivos por los cuales el partido del presidente López Obrador mantiene la simpatía del electorado a nivel nacional.
Por lo general, a ninguna persona le agrada que le digan qué debe hacer o cómo debe comportarse, eso del “deber ser”, no es lo nuestro. Los mexicanos preferimos, como reza el dicho: pedir perdón, que permiso. Es decir, preferimos actuar, preferimos “ser”. Y, ¿qué relación guarda la “Ley de Hume” con los efectos persuasivos del partido político de moda?
Aunque es inapropiado responder una pregunta con otra pregunta, la ocasión lo amerita: Si tuviésemos que decidir entre los deberes que nos convierten en personas productivas y las ventajas que ofrecen las becas, apoyos, despensas y un larguísimo etcétera, ¿qué preferimos? ¿La facilidad o la dificultad? ¿La comodidad o la obligación? Los resultados saltan a la vista. Así, decir lo que la mayoría de la gente quiere escuchar es más rentable políticamente.
Las elecciones nos permitieron apreciar qué tan grande es la diferencia entre quienes optan por el “deber ser” y quienes se conforman con el “ser”, la Ciudad de México es el ejemplo más claro. Es cierto que el asistencialismo y el clientelismo político-electoral son tan antiguos como el propio circo romano. No aparecieron con el nuevo régimen, pero tampoco los desaparecieron.
Sin embargo, en algo tuvieron que haber avanzado. Sí, en el método de comunicación. La nueva tribu en el poder ha desafiado el viejo adagio de “chango viejo, no aprende maroma nueva”. La clase política actual le apostó, además de las redes sociales y la tecnología, a la persuasión, a enamorar a su público.
Acarrear no es persuadir. Esa es una vieja práctica que amerita mucho recurso y escasa estrategia. Por eso, los cuartos de guerra de hoy deben integrar a las nuevas generaciones. Los estrategas experimentados ofrecen una visión que debe complementarse y enriquecerse con el panorama actual. Nuevamente aparece la disyuntiva entre el “ser” y la resistencia al “deber ser”.
La lección que nos dejan las últimas votaciones no admite interpretaciones: se trata de persuadir para ganar y no ganar para persuadir.
Post Scriptum. “Puño de hierro en guante de terciopelo”, frase atribuida a Napoleón Bonaparte.
* El autor es catedrático, escritor y estratega político.
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