La palabra “traición” deriva de los vocablos latinos traditio/traditionis, los cuales se traducen como entrega o transmisión y, según el Diccionario de la lengua española, se define como: “Falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener”.

En 1811, Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez fueron fusilados luego de ser acusados de traición a la Corona española. Josefa Ortiz, “La Corregidora”, fue hecha prisionera en el Convento de Santa Clara, bajo la misma acusación. Contrario a lo que se esperaba, el Movimiento independentista continuó hasta convertir a México en un país soberano. Durante la última etapa, el realista Agustín de Iturbide y el insurgente Vicente Guerrero unieron fuerzas para lograr un objetivo superior: la América Mexicana libre y soberana. Ambos “traidores”, disfrutaron -aunque brevemente- de las mieles del poder. Agustín fue ungido emperador en 1822; siete años más tarde, Guerrero se convirtió en presidente, y murió creyendo fervientemente en que “La patria es primero”.

Durante el liberalismo del siglo XIX, personajes como Marcos Pérez, Benito Juárez y Porfirio Díaz fueron considerados “enemigos” del pueblo mexicano por simpatizar con el librepensamiento y “traicionar” las buenas costumbres impuestas por los dogmas religiosos. Además de revelarse al absolutismo de Santana y, posteriormente, al imperio de Maximiliano.

Juárez traicionó al nacionalismo al autorizar un tratado entreguista como el McLane-Ocampo. Don Porfirio “traicionó” a Juárez al exigir votaciones imparciales y oponerse a sus reelecciones. Madero “traicionó” al sistema al pugnar por la democracia efectiva.

Huerta traicionó a Madero y Pino Suárez. Zapata dijo: “prefiero morir de pie que vivir de rodillas”, por ello fue un perseguido del régimen de El Chacal, al igual que Villa, Carranza y Obregón. Carranza traicionó la Convención de Aguascalientes, Álvaro Obregón “traicionó” a Carranza, Plutarco al propio Obregón.

En síntesis, la historia de México se resume en “traiciones”. Sin embargo, sin Hidalgo no se hubiera abolido la esclavitud. Sin Morelos no existiría la Constitución. Sin Juárez no existiría la Reforma. Sin Porfirio Díaz no existiría la democracia. Sin los revolucionarios no existiría la justicia social. Sin “traidores” no tendríamos patria, libertad, ley, ni democracia.

Toda revolución amerita un gran sacrificio. Revolucionar se traduce en evolucionar doblemente, en revolver todo para salir adelante, es cambiar la certidumbre de la comodidad, por la certidumbre del progreso. Para algunos “traicionar” una ideología o un proyecto es deleznable. Para otros, representa un sacrificio por un bien superior.

¿Qué “traición” es más reprobable? ¿La que nos ciñe a un color o la que amerita un sacrificio en pro de la gente? ¿Qué merece nuestra lealtad? ¿La mayoría o la minoría? ¿Una causa simbólica o el bienestar de nuestros semejantes?

Post Scriptum. “Sin importar el tamaño de la ciudad o pueblo en donde nacen los hombres o las mujeres, ellos son finalmente del tamaño de su obra, del tamaño de su voluntad de engrandecer y enriquecer a sus hermanos”, Ignacio Allende.

* El autor es catedrático, escritor y estratega político.

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El autor es escritor, catedrático y analista político, Estudió la Maestría en Comunicación Estratégica para Gobiernos y se ha especializado en Comunicación Contemporánea y Marketing Político; Ciencias y Desarrollo Político; Estrategias y Gestión de Campañas Electorales, y Formación Ciudadana Cívico-Electoral, principalmente.

Se ha desempeñado como servidor público federal y municipal así como en el extranjero; docente universitario, analista político y columnista. Es miembro activo de la Agrupación Política de Baja California, de la cual ha sido tesorero, secretario y presidente de la comisión de Educación, a través de la cual editó el cuadernillo cívico “Mi patria es primero”.

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