Partiendo del hecho de que la democracia fue creada en la Antigua Grecia (1200 a 146 a. C.) y que el Imperio Romano (27 a. C. a 476 d. C.) emuló gran parte de su sistema de vida, no es de extrañarse que, guardadas las debidas proporciones, las primeras campañas electorales se remonten a dichas épocas.
Quinto Tulio Cicerón (102 a 43 a. C.), escribió el “Commentariolum petitionis” (también conocido como “Breviario de campaña electoral” o “El manual del candidato”). Una carta que dirigió a su hermano mayor Marco Tulio, cuando éste pretendía encabezar el Consulado. El documento -de menor fama, pero igual trascendencia que las obras de Sun Tzu y Maquiavelo-, se mantiene vigente pues relata una serie de observaciones y recomendaciones para lograr la simpatía de los electores. La etimología de la palabra “campaña” es otra clara muestra de su origen remoto, ya que dicho término deriva del latín tardío “campania”, y este del latín “campus”, el cual se interpreta como “llanura”.
En periodos menos antiguos, las campañas, más que electorales fueron militares. Existen cientos de anécdotas de personajes como Alejandro Magno, Julio César, Carlomagno o Napoleón Bonaparte. Como en aquel tiempo, las campañas de la actualidad se definen como un conjunto de acciones y esfuerzos que se realizan durante un periodo determinado para alcanzar una meta: conquistar el poder.
Algunos expertos en el tema han clasificado a las campañas electorales según su fin: para ganar, para perder o para posicionarse. Una campaña para ganar es aquella en la que el candidato(a) aspira a lograr la simpatía, confianza y, desde luego, conquistar el voto de la ciudadanía para ocupar el cargo para el que se registró. En la mayoría de las ocasiones, las campañas para perder tienen como único propósito cumplir el requisito de tener candidatos(as) y gastar las prerrogativas; aunque en algunos casos puede ser estratégico, como cuando compite un atleta consumado junto a varios de “medio trote”. Tratándose de una campaña para posicionarse, la meta de los aspirantes es conocer el terreno y que el electorado se familiarice con su nombre e imagen.
Desde la perspectiva de quien esto escribe deben adicionarse dos tipos: la campaña para hacer negocios y la que se hace por mera vanidad. Es importante diferenciar la negociación del cabildeo político, la primera amerita dinero de por medio, la segunda persuasión. Así, la campaña para hacer negocios busca exclusivamente lucrar con los recursos que le son asignados por norma. Las campañas por vanidad son las más nuevas, y no tienen otro propósito que ver el rostro del candidato(a) en múltiples espacios y materiales.
Tal parece que el gobernador de Baja California está empecinado en eliminar la competencia y la mejor forma que encontró es evitar que los partidos políticos cuenten con financiamiento público. Así, mientras el partido en el que él milita tardaría años en gastarse los millones que tienen en el banco, la competencia se quedaría sin recursos para operar. Habría que recordarle al exrepublicano que, para que haya democracia, debe haber competencia.
Post Scriptum. “El campo de batalla es una escena de caos constante. El ganador será quien controle ese caos, tanto el suyo como el de los enemigos”, Napoleón Bonaparte.
* El autor es catedrático, escritor y estratega político.
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