Considerando que el alcance de los medios es limitado y que la comunicación se vuelve tiesa y predecible, me propuse escribir un texto que trascendiera lectores habituales y tocara nervios dormidos. El domingo pasado se publicó en este espacio editorial un artículo intitulado «¡Vas, carnal!» en el que intencionalmente hice uso de un recurso estilístico, exagerando el uso del lenguaje, como si hablara teatralmente un personaje a quien incluso di un apodo.
La publicación se propagó masivamente, hubo aplausos, críticas (fundadas y viscerales), insultos, memes, cartones, análisis editoriales de voces respetables, como don Lorenzo Meyer que la calificó de «grotesca, estúpida y clasista». La mayoría de las réplicas hicieron de la forma, fondo. Comparto mis reflexiones.
El que sea un mensaje tan aplaudido y tan criticado al mismo tiempo habla de la brecha que tenemos en México, que no es (lo he dicho antes, aquí mismo) culpa del actual gobierno. Adicionalmente, vivimos un momento de gran polarización. Esa brecha existe por la indiferencia crónica de varios segmentos sociales; nos hemos acostumbrado a ver un país de castas.
Agradezco a quienes vieron con buenos ojos la intención. Pido disculpas sinceras a lectores, habituales o no, que se sintieron ofendidos, subestimados y estereotipados en un mensaje que tuvo elementos clasistas. Acepto que construir un mensaje bajo estereotipos es un error, que no suma a la unidad y armonía en una sociedad polarizada como la mexicana.
Mi texto fue interpretado por algunos como una consigna de parte de «los empresarios» para inducir el voto, lo cual es totalmente falso, no he hecho ni hago escritos por consigna. Hablo únicamente por mí. Defiendo la promoción de la libre empresa, y no formo parte de ningún tipo de acuerdo ni grupo con intereses desestabilizadores a la actual administración.
Entrecomillo empresarios pues se ha construido un estereotipo del empresario mexicano, lo vemos en los cartones, es gordo, de vestir lujoso, desagradable, explotador, corrupto, paga bajos salarios, abusa del outsourcing, y no cubre sus impuestos. No niego que hay este tipo de empresarios y que han hecho mucho daño. No todos los empresarios son así, como para generalizar por un puñado de apellidos notables (casualmente cercanos al poder en cualquier sexenio). Debe reconocerse que también se aventura en temas empresariales quien tiene una microempresa, se autoemplea, se endeuda en aras de un proyecto y sufre para completar la nómina y pagar impuestos. Pocos críticos del sector privado ven este tipo de empresario (que por cierto abundan en México). Empresario no es sinónimo de rico explotador ni trabajador, de pobre oprimido. El binomio empresario-colaborador es mutuamente valioso y necesario. Yo he sido las dos cosas.
El papel del Estado debería fomentar la creación de más empresas y empresarios con sensibilidad social para generar riqueza mejor distribuida. Si analizamos las economías del mundo, no hay casos de gobiernos populistas donde esto se haya logrado. Ésa es una preocupación genuina que tengo sobre mi país y una de las motivaciones de por qué escribo. A lo largo de mi trayectoria como editorialista he criticado a las administraciones públicas anteriores, he tratado temas de tecnología, educación, negocios, comportamiento social, política y más, en un intento de llamar a la reflexión, encontrar puntos de unión y convergencia, provocar cambios, todo en aras de un mejor país. Por eso escribo.
Se dice que un texto no mueve tanto a quien lo lee como a quien lo escribe. Es mi caso. Confieso que, así como no me dieron gusto los ataques, tampoco los aplausos. A nadie conviene un triunfo en las urnas con un país dividido y herido. Necesitamos un acercamiento que nos permita reconocernos. Me propongo y les propongo conocer qué es la ceguera social (el desinterés por el bienestar ajeno, la incapacidad de sentir y ver las cosas desde otro punto de vista, y el uso de prejuicios sociales para hacer juicios) y cómo combatirla. Esta ceguera social es un mal crónico, desde antes de su fundación, México era un territorio de castas, la Colonia acentuó prejuicios que siguen latentes (y les confieso que yo no los veía con claridad).
México será posible si pensamos y construimos desde la dignidad del otro.
@eduardo_caccia